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Actualizado: 14 de septiembre de 2024
Sólo dos bienes poseía: juventud y valor, y ambos los puso al servicio de la libertad, porque instintivamente le pareció buena aquella aspiración que tanto entusiasmo despertaba: vio alistarse como milicianos a sus compañeros de imprenta, les imitó, y de aquí el vistoso uniforme con leopoldina de plumero que parecía un gallo desmayado, el pecho lleno de trencillas y la corneta presa entre cordones rojos, con los cuales arreos rechazaba en formación o revista al más amigo gritando: «¡atrás paisano!» Su indignación cuando Tirso le dijo: «¡quita de ahí, mamarracho!» fue espantosa; mas como Pateta no era malo, su propósito de venganza no pasó del deseo de jugarle una mala partida: no ambicionó causarle daño, sino rabia; no sería la suya venganza, sino truhanada.
Nadaba instintivamente, adivinando lo que debía hacer antes de que se lo aconsejase su maestro. Despertaba en su interior la experiencia ancestral de una serie de marinos que habían luchado con el mar y algunas veces se quedaron para siempre en sus entrañas. El recuerdo de lo que existía más allá de la blandura golpeada por sus pies le hacía perder de pronto su serenidad.
Esta supuesta traición despertaba otra vez su cólera homicida. Levantó un brazo y un pie; iba á golpear y aplastar á la mujer arrodillada. Pero su pasiva humildad, su falta de resistencia, le detuvieron. No, Ulises... ¡óyeme! Hizo esfuerzos para demostrar su sinceridad. Tenía miedo á los suyos: los veía á una nueva luz y le inspiraban horror.
Algunos creían contemplar la vieja gloria de la Revolución, que despertaba triunfante después de un siglo de letargo. De pronto se vió á pie y sola. Había desaparecido el cañón y los jóvenes que tiraban de él. Ahora estaban en la rue Royale, frente á los restoranes más elegantes.
Pero puso aún más empeño en aislarse, en vivir retirado del trato social. Salía tan sólo al amanecer, y daba algunos paseos por la punta del Peón, contemplando el mar con ojos extáticos, que alguna vez tomaban una expresión de angustia que apenaría seguramente a quien los mirase. En cuanto el muelle comenzaba a animarse, y la villa despertaba de su sueño, retirábase a toda prisa a casa.
Nada perdía con tener contenta a la abuela. En las Carolinas seguían hablando de su tesoro, y ¡quién iba a saber si pensaría en su nieto como heredero! Isidro rió de la avaricia que se despertaba en él. Sentíase alegre, a pesar de que hacía tiempo que no ganaba dinero.
Cantaba con la alegría de un pájaro que saluda al día y al amor cuando la despertaba Sigfrido, el gran niño sin miedo y sin prudencia, y al despojarla de su armadura le arrebataba la virginidad. ¡Adiós, grandeza fría de los dioses! Ella quería ser mujer, con todos los dolores y las pobres alegrías de los humanos.
Luego, al morir la tarde, despertaba la vida; los insectos empezaban á zumbar, los pájaros sacudían sus alas, los cuadrúpedos estiraban sus patas, y en la sombra todos se agitaban para ofender ó para defenderse, para devorar ó ser devorados. La vida renacía con el fresco de la noche, reanudando sus aventuras y sus tragedias. Morales admiró una vez más la sabiduría de su amigo.
Mientras tanto, Germana, bella y sonriente como la mañana, despertaba a su madre y a su marido, asistía al tocado de su hijo y bajaba al jardín para respirar el aire embalsamado del otoño. Los señores Le Bris y Stevens no tardaron en unirse a ellos. Todos contemplaban al pequeño Gómez que paseaba un galápago por el jardín. El único que faltaba era el duque.
Y se dejó caer sobre el parapeto del camino, exclamando: ¡Alma! ¡Alma! ¡Alma!... Su desesperación palpitaba sordamente bajo la fe que despertaba en su interior esta invocación. No quería ni podía resignarse a la monstruosa realidad, y un ímpetu violento de iracundo desdén le sublevaba.
Palabra del Dia
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