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Pep no sabía con certeza cómo podía haber influido la presencia de su hijo en el escándalo de la noche anterior, pero recordaba su resistencia a ser clérigo, su fuga del Seminario, y la memoria de estos disgustos despertaba su cólera, haciendo que la concentrase en el muchacho. ¡Se acabaron los miramientos y bondades! El próximo lunes lo llevaría al Seminario.

No dejaba de observar un momento a mi rival, y veía cómo se apoyaba con familiaridad en el respaldo de su butaca, y le hablaba en voz baja, y se reían y, en fin, otras muchas cosas que apenas hubiese podido tolerarte a ti, al amigo de la infancia. La irritación, los celos terribles que todo esto despertaba en , fueron la prueba de mi apasionamiento... ¡Pero no me escuchas, Amaury!

A los vecinos despertaba con el estruendo que hacía, y a no me dejaba dormir. êbase a mis pajas y trastornábalas, y a con ellas, pensando que se iba para y se envolvía en mis pajas o en mi sayo, porque le decían que de noche acaecía a estos animales, buscando calor, irse a las cunas donde están criaturas y aun mordellas y hacerles peligrar.

Que cualquier gusano de la madera que de noche sonase, pensaba ser la culebra, que le roía el arca. Luego era puesto en pie y con un garrote que a la cabecera, desde que aquello le dijeron, ponía, daba en la pecadora del arca grandes garrotazos, pensando espantar la culebra. A los vecinos despertaba con el estruendo que hacía, y a no dejaba dormir.

Oleadas de calor le subían hasta el cerebro y se despertaba como si estuviese en un baño de vapor, del que se extrañaba salir con vida. El doctor Le Bris, un médico joven y un antiguo amigo, le recomendaba un régimen suave, sin fatigas y sobre todo sin emociones. Pero, ¿qué alma, por estoica que fuese, hubiese atravesado sin emocionarse por tan rudas pruebas?

Pero lo que más saltaba a la vista en él, sin duda alguna, era cierto bienestar amable y aristocrático, exento de presunción que, aunque lograse inspirar envidia, no despertaba ciertamente en el corazón de la plebe los odios y rencores que excita siempre la opulencia soberbia. El ceñudo firmamento dejaba caer sin cesar toda la ceniza húmeda y fría de que estaban preñadas sus nubes.

Ahora desarrollaba la parte seria de su arenga, y el mismo comisionista parecía conmovido. Dice, señor continuó , que desea que Francia sea muy grande y que algún día marchemos juntos contra otros enemigos... ¡contra otros! Y guiñaba un ojo sonriendo maliciosamente, con la misma sonrisa de común inteligencia que despertaba en todos esta alusión al misterioso enemigo.

Sin embargo, debajo de sus techos el sosiego era más aparente que real. Una gran parte del vecindario seguía durmiendo como antes a pierna suelta, pero otra no menos numerosa y estimable, sin saber a qué atribuirlo, despertaba varias veces en el curso de la noche y se pasaba en ocasiones una hora con la luz encendida leyendo los artículos de El Tiempo, sin lograr conciliar el sueño.

Si ésta se comía la mitad de las letras del abecedario, su madre se comía lo menos las dos terceras partes. Su amabilidad era tan melosa que no despertaba agrado. Al cabo de un momento se veía que decía las cosas maquinalmente, y que debajo de aquel aparente interés no había más que indiferencia.

Mejor será que vayamos nosotras allá dijo doña Lupe , y así veremos y hociquearemos todo antes de que se abra al público. Fortunata decía también algo, aunque no mucho, porque lo de la tienda no despertaba en ella gran interés. Después que apuró el platillo de la compota, volvió Aurora para adentro, y trajo unas yemas en un papel. ¡Qué golosa era!