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Al día siguiente, en Málaga, le pillamos infraganti en el hotel, presentándole á un comerciante toda su colección de cartones con muestras de mercancías; y aunque se sostuvo en lo de las conquistas femeninas, confesó que sus viajes cosmopolitas habían sido hechos no por un inglés turista, sino por un robusto judío alemán, comisionista de la casa H. B. & e Manchester.

Allí donde existe, en todo el globo, un grupo de hombres recién instalado que lucha con la selva, los pantanos, las fiebres y las bestias, allí se presenta inmediatamente el comisionista rubio con su muestrario; y para no perder el tiempo, aprende durante el camino a balbucear el idioma del país.

Los dos amigos subieron sobre cubierta, donde no tardaron en encontrar al hombre que buscaban. El comisionista, que hablaba algo de español, entabló conversación con él, y después de algunas frases triviales, le dijo: ¿Se ha ido a la cama su amo de usted? , señor respondió el criado, echando a su interlocutor una mirada llena de penetración y malicia. ¿Es muy rico?

A la puerta esperaba enganchada la berlina de tío Frasquito, y en ella subieron ambos, dirigiéndose a casa del camisero, honrado comerciante de la calle de Carretas... Tampoco conocía este al incógnito; sabía tan sólo que era un comisionista italiano, amigo de otro francés que tenía negocios con la casa, en el ramo de perfumería... Al oír la nacionalidad del desconocido, llegó a su colmo la inquietud de Jacobo, porque parecióle ya evidente que se entendían en aquel asunto las logias de Italia y de España.

Aquellas buenas señoras, aunque se trasladasen á Bilbao ó fueran á vivir al otro extremo del mundo, no querían otro médico que el doctor Aresti, obligándolo á ir de un lado á otro como un comisionista de la salud. ¡Maldito carácter que no le permitía negarse á nada!

Ahora desarrollaba la parte seria de su arenga, y el mismo comisionista parecía conmovido. Dice, señor continuó , que desea que Francia sea muy grande y que algún día marchemos juntos contra otros enemigos... ¡contra otros! Y guiñaba un ojo sonriendo maliciosamente, con la misma sonrisa de común inteligencia que despertaba en todos esta alusión al misterioso enemigo.

¡Qué interesante el comisionista alemán! dijo Ojeda . Tal vez con el tiempo haya quien lo cante lo mismo que a los paladines medievales que corrían el mundo por difundir la gloria de su dama. Hoy la dama es la industria, y la gloria la nota de pedidos.

La duquesa fue primero a la sucursal del Monte de Piedad, situada en la calle de Bonaparte, cerca de la Escuela de Bellas Artes, pero encontró la casa cerrada; había olvidado que era día de fiesta. Entonces se le ocurrió la idea de que tal vez habría abierto el comisionista de la calle de Condé, pero le ocurrió lo mismo.

Humilló los suyos don Custodio y pasó cabizbajo, confuso, aturdido en dirección al coro. Era gruesecillo, adamado, tenía aires de comisionista francés vestido con traje talar muy pulcro y elegante. El cuerpo bien torneado se lo ceñía, debajo del manteo ampuloso, un roquete que parecía prenda mujeril, sobre la cual ostentaba la muceta ligera, de seda, propia de su beneficio.

Desnoyers sabía un poco de alemán, como recuerdo de sus relaciones con los parientes que tenía en Berlín, y pudo atrapar algunas palabras. El comandante repetía á cada momento «paz» y «amigos». Un vecino de mesa, comisionista de comercio, se ofreció como intérprete, con la obsequiosidad del que vive de la propaganda.