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Huyendo de la recelosa curiosidad que despertaba su presencia en el templo, salió al claustro. Allí estaba mejor, completamente aislado. Los pordioseros charlaban sentados en los escalones de la puerta del Mollete. Pasaban por entre ellos los curas, embozados en el manteo, entrando apresuradamente en la catedral por la puerta de la Presentación.

Quedó satisfecho, con la conciencia de su cuerpo fuerte, oculto bajo el manteo epiceno y la sotana flotante y escultural. Iba a salir. Teresina apareció en el umbral, seria, con la mirada en el suelo, con la expresión de los santos de cromo. ¿Qué hay? Una joven pregunta si se puede ver al señorito. ¿A ? don Fermín encogió los hombros . ¿Quién es? Petra, la doncella de la señora Regenta.

Después, pasándose una mano por la frente, continuó: «He nacido en este castillo, teniendo ya dos hermanos, a los cuales debían ir a parar los bienes y los títulos de nuestra familia. No podía esperar, por consiguiente, más que la sotana y el manteo. Y no obstante, en mi cabeza fermentaban las ideas de ambición y de gloria.

Nunca lo dijera, porque me dio dos libras de porrazos, dándome sobre los hombros con las pesas que tenía. Con esta ayuda de costa, medio derrengado, subí arriba; y en buscar por dónde asir la sotana y el manteo para quitármelos, se pasó mucho rato. Al fin, le quité y me eché en la cama y colguélo en una azutea.

Pues no lo , ni lo he sabido nunca. ¡Nadie! ¡nadie! exclamó el clérigo terciando el manteo y comenzando a dar vueltas por la habitación como un loco. ¡Nadie sabe dónde se esconde ese pillo!... Porque es un pillo, ¿sabe usted? añadió encarándose con Timoteo ferozmente como si no esperase más que éste le contradijese para arrojarse sobre él. ¡Un granuja! ¡un miserable! ¡un estafador! ¡En cuanto le tropiece le piso la cara!

Don Manuel, el hombre de las economías inauditas y las ruindades sin ejemplo, estremecíase de rabia al ver el uso que Rafael hacía de sus liberalidades. Regalábale una sotana nueva, y al punto la rasgaba en dos, quedándose con la parte del pecho y dando el espaldar a algún compañero pobre, con cuyo reparto iban ambos tan gallardos cubriendo con el manteo la desnuda trasera.

Eran los pollos del cabildo, los canónigos jóvenes, que hacían con frecuencia viajes a Madrid para confesar a sus protectoras, ancianas marquesas, que en fuerza de influencias, les habían conquistado una silla en el coro. En la puerta del Mollete se detenían un instante para arreglarse los pliegues del manteo y lanzarse a la calle.

Concha y Amparo recibían una ovación y doña Manuela, roja de orgullo, repartía sonrisas y pesetas a todo el enjambre de diablos negros, voceadores y gesticuladores que se agolpaba bajo el balcón. A espaldas de ellas estaba Andresito Cuadros, que acababa de entrar en el salón con el manteo terciado, una bayeta infame que tiznaba de negro la camisa y la cara.

Vea cuál está aquella sotana y manteo, que ha servido de pañizuelo a las mayores narices que se han visto jamás en paso, y mire estas costillas. Y con esto empecé a llorar.

Todo esto quiso decir con los ojos; pero ella no debió de entenderlo, porque se despidió del Magistral dejándole el alma, por conducto de las pupilas, entre los pliegues amplios y rítmicos del manteo. De este se despojó don Fermín, después de acercarse a un armario y muy gravemente vistió el ajustado roquete, la señoril muceta y la capa de coro.