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2 a las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas, con toda limpieza. 3 Honra a las viudas que en verdad son viudas. 4 Y si alguna viuda tuviere hijos, o nietos, aprendan primero a gobernar su casa piadosamente, y a recompensar a sus padres, porque esto es lo honesto y agradable delante de Dios.

Decía yo, que a la llegada de las galeras de que era general mi padre, y entre las damas y caballeros que a su llegada habían acudido y ocupaban los estrados en la orilla, dispuestos, estaba mi madre, sin más compañía que la de dos tías, viudas y ya ancianas, que eran los únicos parientes que la quedaban, y tan hermosa, que unos versos que un enamorado suyo, poeta tan desdeñado como los otros que no eran favorecidos de las musas, la compuso, decían: Porque copien un instante los encantos que atesoras, sus puras linfas sonoras impulsa Bétis amante; y las ondas, al pasar, murmuran en su tristeza, recordando la belleza que ya no pueden copiar.

Por supuesto, los sábados se despoblará aquello. ¿Pues? preguntó inocentemente la señora. Porque se marcharán a Sevilla todas sobre escobas. ¡Bah, bah! No hagas burla de las pobres ancianas replicó riendo . También y yo somos dos viejos....

Pensaba yo en los míos, en mi pobre casita, en las buenas ancianas cuyo recuerdo me era tan querido, y en Linilla, en mi dulce Linilla. No, señorita... murmuré sonriendo. A las veces se me va el pensamiento hacia Villaverde, en busca de los que me aman.... Y más allá... más allá... detrás de esas montañas que atraen las miradas de usted.

Pasó en silencio por delante de ellos y fué derecha a las habitaciones de su madrastra como quien ha recorrido aquel camino muchos años. La duquesa estaba, en aquel momento, de conferencia con el médico director de un asilo de ancianas pobres, que ella había fundado hacía poco tiempo en unión de otras señoras. Al levantarse la cortina y ver a su hijastra, sonrió con dulzura. ¿Eres , Clementina?

Pues señor, entró D. Carlos en la iglesia, como he dicho, por la puerta que llamaremos del Cementerio de San Sebastián, y las ancianas y ciegos de ambos sexos que acababan de recibir de él la limosna, se pusieron a picotear, pues mientras no entrara o saliera alguien a quien acometer, ¿qué habían de hacer aquellos infelices más que engañar su inanición y sus tristes horas, regalándose con la comidilla que nada les cuesta, y que, picante o desabrida, siempre tienen a mano para con ella saciarse?

Cualquiera sería bueno, se ganara mucho, se ganara poco. El caso era trabajar. ¿Seria yo capaz de aliviar de alguna manera la precaria situación de mi familia? ¿Me sería dable corresponder a los sacrificios de aquellas cariñosas ancianas que por verme dichoso habrían dado su vida?

Las ancianas, cobrizas y arrugadas, vistiendo trajes obscuros, suspiraban lastimeramente al ver la alegría de la gente moza. Febrer, luego de contemplar un buen rato a toda esta concurrencia, que apenas fijó en él una mirada distraída, fue a colocarse junto a Pep en un corro de payeses viejos.

El jefe actual de la banca no vivía allí; pero tenía su escritorio en el entresuelo; en el principal moraba D. Manuel Moreno-Isla, cuando venía a Madrid, su hermana doña Patrocinio, viuda, y su tía Guillermina Pacheco; en el segundo vivía Zalamero, casado con la hija de Ruiz Ochoa, y en el tercero, dos señoras ancianas, también de la familia, hermanas del obispo de Plasencia, Fray Luis Moreno-Isla y Bonilla.

Pero ¿por qué? dijo entonces Stein, con la sana intención de distraer de aquel asunto al Comandante, cuya bilis empezaba a exaltarse. Eso no importa contestó Manuel , ni reparan en ello las ancianas, sino aquella que le pedía a Dios sacar la lotería, y habiéndole preguntado uno si había echado, respondió: «¿Pues si hubiese echado, dónde estaría el milagro