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También había percibido a la mujer que estaba a su lado, porque esta mujer a quien hablaba el duque frecuentemente, no quitaba los ojos del matador. Este se dirigió al duque, y quitándose la montera: «Brindo dijo por vuestra excelencia y por la real moza que tiene al lado.» Y al decir esto, arrojó al suelo la montera con inimitable desgaire y partió adonde su obligación le llamaba.

Seldom in any of his works, and never in La Moza de Cántaro, does Lope descend to dialect or to slang, but rather in the pure Castilian of his time, preferably in the Castilian of the masses, he composes his rhythmic verses.

Es cosa muy natural: ya ves , te dejo aquí colegialilla, como quien dice, y te encuentro hecha una real moza dos pasos más allá.

Para más adelante se reservaba la astuta moza el derecho de vender a don Álvaro y ayudar a su señor, al que pagaba, al que había de hacerla a ella señorona, a don Fermín. ¿Cuándo había de ser esto? Ello diría.

FELIC. Hermano, hacedles favores, Y dichosos los señores Que tales vasallos tienen. D. TELL. Por Dios, que tenéis razón. ¡Hermosa moza! FELIC. Y gallarda. ELVIRA. La vergüenza me acobarda Como primera ocasión. Nunca vi vuestra grandeza. NU

-Eso tuviera yo por afrenta -respondió la duquesa-, más que cuantas pudieran decirme. Y, hablando con Sancho, le dijo: -Advertid, Sancho amigo, que doña Rodríguez es muy moza, y que aquellas tocas más las trae por autoridad y por la usanza que por los años.

Y cuéntase desta buena moza que jamás dio semejantes palabras que no las cumpliese, aunque las diese en un monte y sin testigo alguno; porque presumía muy de hidalga, y no tenía por afrenta estar en aquel ejercicio de servir en la venta, porque decía ella que desgracias y malos sucesos la habían traído a aquel estado.

Maritornes, con los brazos en jarras, era otra furia. ¿A qué perpetuar el cuento de su extravío de una época pasada, arrojando la nota de deshonra sobre una moza que después podía ser, y ahora lo era efectivamente, honestísima madre de familia?...

El capitán acarició a su sobrina con cierta libertad, adoptando el mismo gesto de viejo alegre con que hablaba a las muchachuelas de Palma, a altas horas de la noche, en algún restorán del Borne. ¡Ah, buena moza! ¡Y qué guapa estaba! Parecía imposible que fuese de una familia de feos. Don Benito los encaminó a todos al comedor.

Delante iban las atlotas de traje dominguero, con pañuelos rojos o blancos y faldas verdes, brillando al sol sus grandes cadenas de oro. Junto a ellas caminaban los pretendientes, escolta tenaz y hostil que se disputaba una mirada o una palabra de preferencia, asediando varios a la vez a la misma moza.