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Al cabo se dejó caer de nuevo en el diván, se llevó las manos al rostro y se puso a llorar. ¡Hija mía, no llores! exclamó Reynoso conmovido.

Entre usted en este otro cuarto y suceda lo que sucediere, ni una palabra ni intente salir hasta que yo lo busque. Fortunato no se distinguía por la bravura y de buena gana habría querido tocar de suela; pero sintiendo pasos en el patio, la carne se le volvió de gallina, y con la docilidad de un niño se dejó encerrar en la habitación contigua.

Estaba contenta porque un acontecimiento inesperado había entregado indefensa a sus manos a aquella mujer a quien odiaba. Al entrar la viuda murmuró algunas palabras de disculpa; pero la condesa no le dejó tiempo para hablar claramente y exclamó en tono irónico: ¡Ah, ah! ¿Estáis aquí?

El Magistral olvidado de las estrellas dejó el Espolón y subió a buen paso por la calle principal de la Colonia, en pos de los coches de Vegallana. Si no fuera por vergüenza hubiera echado a correr por la cuesta arriba. «¿Para qué? Para nada. Por desahogar el mal humor, por emplear en algo aquella fuerza que sentía en sus músculos, en su alma ociosa, molesta como un hormigueo...».

Pero el citado Capitán General dejó de cumplir los demás plazos, la supresión de frailes y las reformas convenidas, no obstante haberse cantado el Te Deum; lo que causó profunda tristeza á y á mis compañeros; tristeza que se convirtió en desesperación al recibirse la carta del Teniente Coronel D. Miguel Primo de Rivera, sobrino de dicho General y su Secretario particular, avisándome que mis compañeros y yo podríamos ya volver á Manila.

¿Sabes por qué te he conocido? No. Pues por esos pies menuditos que Dios te ha dado y que no tienen pareja. ¡Bah! dejó escapar la joven con indiferencia. María-Manuela, que deseaba vivamente la reconciliación de los amantes, oyéndoles hablar, dijo algunas palabras al oído á su amiga, y ambas se separaron bruscamente de Soledad, dejándola sola.

A este mismo señor canónigo que embozadamente le había reprendido algunas veces por la pimienta de sus epigramas, solía taparle la boca el Arcipreste diciendo: Nada, nada, repito lo que mi paisano y queridísimo poeta Marcial dejó escrito para casos tales, es a saber: Lasciva est nobis pagina, vita proba est.

Ya ve usted que mis inducciones de ayer resultan confirmadas por estas confesiones. Su amor acrecentó la pena de esa pobre mujer, lejos de consolarla. ¿Usted no sospechó nunca esto? Vérod dejó el libro, apoyó la frente en la mano, y contestó lentamente, como hablando consigo mismo: Yo esperaba, y creía que ella también mantuviera esperanzas.

Hoy he tenido una agarrada en el Colegio Platónico. Tristán sin interrumpir su paseo dejó escapar por la nariz un sonido que indicaba que le había oído. , una agarrada con el director y por tu causa. ¿Por mi causa? expresó de mala gana el joven dignándose apenas volver la cabeza.

La asociación de señoras hizo fiasco y sólo dos meses más tarde pudo Butrón, a costa de trabajo, organizar otra nueva, en forma muy distinta, que no dejó de hacer, sobre todo en provincias, un agosto abundantísimo.