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Actualizado: 16 de mayo de 2025


La triste, no pudiendo ver su esposo, El Diablo la aconseja le matase, Pensando desposar ella consigo A un mozo que tenia por amigo. Al cual de su propósito maligno La moza le parte placentera: El mozo en el concierto luego vino, Que amaba á la mestiza en gran manera.

Era Juana, que así se llamaba la moza, más que regularmente vana por naturaleza, a la cual debía algunos favores, no muchos en verdad; pero desde los cuatro mil de la herencia, fué cosa de no podérsela aguantar.

Lope mismo, en la Egloga a Claudio y en La Moza de cántaro dice haber escrito mil y quinientas comedias. Montalván hace subir este número a mil ochocientas y cuatrocientos autos. No pueden, ni mucho menos, admitirse cifras tan altas.

Don Isidro, tráiganos pa aquí a esa güena moza... ¡Retrechera!... ¡Cachonda! Otros, que habían vivido en la Argentina, se unían a este coro de entusiasmo murmurando con arrobamiento: ¡Preciosura! ¡Lindura! Un napolitano suplicaba a Maltrana, con humildad, como si fuese el dueño del buque: ¡Siñor, que nos la echen!... ¡Mande que nos la echen!

El que más y el que menos de aquellos señores la había amado en secreto o paladinamente, y el mismo Bonifacio, muy joven entonces, tenía que confesarse que su afición a la ópera seria había crecido escuchando a aquella real moza, que enseñaba aquella blanquísima pechuga, un pie pequeño, primorosamente calzado, y unos dientes de perlas.

»Así como suele decirse que parece mal el ejército sin su general y el castillo sin su castellano, digo yo que parece muy peor la mujer casada y moza sin su marido, cuando justísimas ocasiones no lo impiden.

Se perdía una moza como un sol. ¡, del mediodía! Déjame pasar, Celesto. En seguidita; pero antes vas a decirme adónde vas. A Lada, ¿no lo sabes? Eso no es verdad: te vas a Marín a llevar fruta a tu tía, y de camino a ver a tu primo. ¡Buena gana tengo yo de ver a primos ni a tíos! Vamos, déjame paso, que llevo prisa.

La moza se resistió un poco, pero al fin cedió, ¡no había de ceder! El joven entró con ella por medio de la romería entre los aplausos y ¡hurras! de sus amigos y las murmuraciones de las jóvenes, que se mostraban escandalizadas, sin perjuicio de dejarse arrebatar de aquella gentil manera el día que al bello sultán se le antojase. A las tres, la Nozaleda estaba poblada de romeros.

Y ella, ¿qué tal está?... Buena moza, ¿cómo va ese valor?». La joven no respondía. Estaba como aletargada. Pero el chico siguió chillando, y al reclamo de él, la madre abrió los ojos, y tomándole en brazos, le acercó a su seno. Ballester mandó a la criada que quitara la luz, que acaloraba mucho la alcoba, y se sentó donde antes había estado Maxi.

Poco tiempo iba transcurrido desde la severa reprimenda, cuando una tarde, mientras Julián leía tranquilamente la Guía de Pecadores, sintió entrar a Sabel y notó, sin levantar la cabeza, que algo arreglaba en el cuarto. De pronto oyó un golpe, como caída de persona contra algún mueble, y vio a la moza recostada en la cama, despidiendo lastimeros ayes y hondos suspiros.

Palabra del Dia

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