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Todo aparecía limpio, con la pulcritud ruda y algo torpe que pueden conseguir los hombres cuando viven lejos de las mujeres y entregados á sus propios recursos. Estas galerías tenían algo de claustro de monasterio, de cuadra de presidio, de entrepuente de acorazado. Su piso era medio metro más bajo que el de los espacios descubiertos que unían á unas trincheras con otras.

Los hombres, en los cafés o en el casino envidiaban a Rafael, comentando con ojos brillantes su buena suerte. Aquel chico había nacido de pie. Pero luego en sus casas unían su voz severa al coro de mujeres indignadas. ¡Qué escándalo! ¡Un diputado, un personaje que debía dar ejemplo! Aquello era burlarse de la ciudad.

Se ha observado en la esperimentacion una fiebre notable por una sensacion de frio que con nada se puede disipar, calor en la cabeza y las estremidades, coriza y frio alternante con calores incómodos; el calor era seco, la agitacion nerviosa muy pronunciada y se unian calambres en la pantorrilla á los demás fenómenos nerviosos.

Sin embargo, su rostro hubiera pasado por hermoso a no ser por la constante movilidad de sus pobladas cejas que se unían o se separaban, según la impresión del momento. Su traje no le distinguía en nada de un simple marinero; solamente llevaba dos áncoras de oro bordadas en el cuello de su grosera chaqueta, y un ancho puñal encorvado pendía de su cintura por un cordón de seda roja.

Cuando quería marcharse, besos prietos y tercos, en que la húmeda tersura de los labios palpitaba con deliciosa laxitud, queriendo sorberle el alma. Nada de grosería ni lujuria. Estos besos eran el maravilloso límite que separa lo físico de lo inmaterial. Las bocas se unían como si tuvieran vida propia, e independiente del resto del cuerpo.

Los enemigos de «la Papisa Juana» afirmaban que de joven había tenido oculto en su palacio al conde de Montemolín, pretendiente a la corona, y que allí lo había puesto en relación con el general Ortega, capitán general de las islas. A estas murmuraciones unían la de un amor romántico de doña Juana por el pretendiente. Jaime sonreía al oír estas noticias. Todo mentira.

A los profanos se unían los bullangueros y voceadores, que entonces, ¡Santo Dios!, pululaban tanto como en nuestros felices días, y entre aquéllos y éstos y el torpe vulgo armaban tal algazara, que no cómo las Juntas y los Generales podían resistirla.

Encaramóse el rey Buby en el palo de una silla sin asiento, única que había, y desde allí pudo abarcar todo aquel cuadro de horrible miseria, que nunca hubiera podido ni aun siquiera imaginar. Era aquello un cuchitril infecto, en que el techo y el suelo se unían por un lado, y no se separaban lo bastante por el otro para dejar cabida á la estatura de un hombre.

Mateo Mantoux, con razón llamado Poca Suerte, no podía saber que el veneno mata de una vez a las gentes, o no les hace nada. Creía que aquellos miligramos de ácido arsenioso ingeridos diariamente se unían en el cuerpo hasta formar gramos; y es que no contaba con el trabajo infatigable de la naturaleza que repara incesantemente todos los desórdenes interiores.

Don Isidro, tráiganos pa aquí a esa güena moza... ¡Retrechera!... ¡Cachonda! Otros, que habían vivido en la Argentina, se unían a este coro de entusiasmo murmurando con arrobamiento: ¡Preciosura! ¡Lindura! Un napolitano suplicaba a Maltrana, con humildad, como si fuese el dueño del buque: ¡Siñor, que nos la echen!... ¡Mande que nos la echen!