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Y el de las pelotillas lo aprobaba todo, contento con salir de la advertencia sin cañazo, cuando otro grandullón que estaba á su lado en el banco y debía guardar antiguos resentimientos, al verle de pie y con las posaderas libres, le aplicó en ellas un pellizco traidor. ¡Ay! ¡ay!... Siñor maestro gritó el muchacho , «Morros d'aca» me pellisca. ¡Qué explosión de cólera la de don Joaquín!

Ya estaba dicho. Pep, escandalizado por tales palabras, herido en sus ideas más antiguas y arraigadas, levantó las manos, al mismo tiempo que su alma simple se asomaba a los ojos con temblores de sorpresa. ¡Siñor!... ¡Siñor!...

Don Isidro, tráiganos pa aquí a esa güena moza... ¡Retrechera!... ¡Cachonda! Otros, que habían vivido en la Argentina, se unían a este coro de entusiasmo murmurando con arrobamiento: ¡Preciosura! ¡Lindura! Un napolitano suplicaba a Maltrana, con humildad, como si fuese el dueño del buque: ¡Siñor, que nos la echen!... ¡Mande que nos la echen!

Estando en casa, tendrías que ir en el carro a llevar vino, durmiendo mal y trabajando como los machos. ¿Y aquí qué te hase falta? Tienes papusa buena y segura, trabajas poco, vas vestido como un siñor... Nelet, no seas bruto y a ver si das gusto a las siñoras.... Y así hubiese seguido desarrollando este capítulo de consejos, a no ser porque un campanillazo le cortó la palabra. Una visita.

«Aquí te lo trais el guajolotito de la ofrenda para el siñor licenciado».... Alguien me dijo después que aquellos hijos de Motecuhzoma eran ediles de un pueblo cercano, clientes de don Juan en un lite de quince años, para recuperar una dehesa y una faja de monte. Grato pasatiempo diario fué para la tertulia que se reunía todas las tardes, dadas las cinco, en el despacho del jurisconsulto.

Y luego insistiendo ella en llevar adelante el chistoso papel que estaba desempeñando, llegose a Inés, que también se moría de risa, y le dijo: ¡Ola, madama! ¿Cómo la porta bu...? ¿Ha visto bu a la condesa? ¡Qué magnífico ha estado el concierto y la ópera de Mitrídates! ¡Oh!, madama... andiamo a tocare il forte piano... Aquí viene il maestro siñor D. Paquitini... tan, taralá, tan tin, tan.

El portugués se llamaba o siñor Vasco de Meneses, caballero de la cartilla, digo de Christus. Traía su capa de luto, botas, cuello pequeño y mostachos grandes. Ardía por doña Berenguela de Robledo, que así se llamaba. Enamorábala sentándose a conversación y suspirando más que beata en sermón de Cuaresma.

Aquello le olía mal. ¡Bolsón, aún era tiempo! A bajar en seguida; a huir por entre los campos hasta ganar la sierra. Si nada iba con él, podía volver por la noche a casa. , siñor Quico, decían las mujeres asustadas. Pero el siñor Quico se reía del miedo de aquellas gentes. Arrea, tartanero... arrea.

Cerca ya de la barraca, cuando oía los ladridos de su perro, que le había adivinado, vió un muchacho, un zagalón, que, sentado en un ribazo, con la hoz entre las piernas y teniendo al lado unos montones de broza segada, se incorporó para saludarle: ¡Bòn día, siñor Batiste! Y el saludo, la voz trémula de muchacho tímido con que le habló, le impresionaron dulcemente.

Y como si esta obligación que se imponía de dormir con zozobra, pronto a exponer la piel en defensa de su antiguo amo, rompiese la calma en que se había mantenido hasta entonces, el payés elevó los ojos y juntó sus manos: ¡Ay, SiñorSiñor!... El diablo andaba suelto; volvía a repetirlo: ya no había tranquilidad.