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«Puerca, fantasmona, mamarracho gritó doña Lupe destruyendo con manotada furibunda todos aquellos perfiles que la chiquilla había hecho en su cabeza . En esto pasas el tiempo... ¿No te da vergüenza de andar con la ropa llena de agujeros, y en vez de ponerte a coser te da por atusarte las crines? ¡Presumida, sinvergüenza! ¿Y la cartilla? Ni siquiera la habrás mirado... Ya, ya te daré yo pelitos.

Su ama le leyó la cartilla el primer día, diciéndole: «Mira, si algún sujeto que no conoces, por ejemplo, un señorito flaco, de mal color, así un poco alborotado, te pregunta en la calle si vivo yo aquí, dices que no. No abras nunca la puerta a ninguna persona que no sea de casa.

Estaba muy agradecida al señor de Feijoo, que se portaba con ella como un caballero, y no tenía nada de quisquilloso, ni las impertinencias que suelen gastar los hombres. El primer día le leyó la cartilla, que era muy breve: «Mira, yo te dejo en absoluta libertad. Puedes salir y entrar a la hora que quieras, y hacer lo que te tu real gana. No soy partidario del sistema preventivo.

Mas ¿para lograr este fin no será siempre mejor escribir cartillas que no poemas o novelas? Todo cuanto enseñe la más sabia novela del día podrá cifrarse acaso en un par de planas de la más modesta cartilla.

Despues cuando ya Febo caminando Volvia con sus carros presuroso, Los campos con sus rayos matizando De rojo, verde, y blanco luminoso, Llegaron los Timbues pregonando, "Comprad de mi, que vendo mas gracioso." Y tanto regatean, que en Sevilla Podrian imprimir nueva cartilla.

Doña Inés había mostrado cierta repugnancia a que el boticario viniese; pero don Andrés había conseguido vencerla, no sin prometer antes leer al boticario la cartilla para que no se desmandase ni dejase escapar alguna barbaridad impía o librepensadora.

Se propone la creación de pasmosa hermosura que deleita, arrebata y eleva el alma, lo cual se consigue con las Geórgicas, cuando el que las lee es capaz de comprenderlas; pero no se consigue con la cartilla, que está al alcance del más tonto, que no hay nadie que no comprenda, y que divulga muy útiles conocimientos.

Bonito genio tengo yo para estas cosas... ¡Ah! ¡Pues si esa hiciera caso de , y se dejara llevar...! Lo que es ahora, yo le aseguro que sus dos o tres mil duros de pensión no se los quitaba nadie... Lo primerito que yo haría era plantarme en casa de doña Bárbara y leerle la cartilla bien leída... Y lo haré, lo haré, aunque esa simple no me autorice.

Un día le leyó la cartilla en estos términos: «Puedes salir; no eres una chiquilla y ya sabes lo que haces. Yo creo que no nos darás ningún disgusto, y que has de mirar por el decoro de la familia lo mismo que miro yo. La dignidad, hija, la dignidad es lo primero». Pero doña Lupe empezaba a hacérsele horriblemente antipática, y por nada del mundo le habría hecho una confidencia.

El portugués se llamaba o siñor Vasco de Meneses, caballero de la cartilla, digo de Christus. Traía su capa de luto, botas, cuello pequeño y mostachos grandes. Ardía por doña Berenguela de Robledo, que así se llamaba. Enamorábala sentándose a conversación y suspirando más que beata en sermón de Cuaresma.