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Será necesario probaros que obro de buena fe dijo el duque y por lo tanto insisto; tomad esta cruz, llevádsela á vuestro sobrino Juan Montiño, y decidle que venga mañana á recibir la real cédula de mi mano. Muchas mercedes, señor dijo Montiño tomando la cruz. Pero esto no basta; vuestro sobrino será pobre. Lo es en efecto, señor. ¿Y qué puede hacérsele? Es valiente... ¿No más que valiente?...

Pero en el curso de las discusiones menudeó de tal modo los discursos, que a Miguel llegó a hacersele insoportable tanta vulgaridad y tan campanudamente dicha, y dejó de entrar a escucharle.

Y apartándose un buen trecho, púsose a garrapatear con ardor febril en su cartera, no sin que todas las damas y muchos caballeros vinieran a hacérsele presentes, mendigando una mención honorífica en aquella crónica que había de ser al otro día la great attraction de la corte. La apoteosis de Currita prometía ser ruidosísima, y preciso era figurar en ella, aunque sólo fuera de comparsa.

Se gritaba en unos corrillos, se cuchicheaba en otros y se agitaban todos..., y bullía entre ellos el redactor de La Correspondencia con el lápiz en una mano y las cuartillas de papel en la otra, apuntando lo que se decía, lo que se pensaba y hasta lo que no se había soñado; y don Simón, tomando de cada grupo las frases necesarias, sólo sacaba en limpio que todo aquel hervidero humano era un puro cabildeo para tirar un día más en el poder los que mandaban, o para hacérsele soltar los que le querían.

Un día le leyó la cartilla en estos términos: «Puedes salir; no eres una chiquilla y ya sabes lo que haces. Yo creo que no nos darás ningún disgusto, y que has de mirar por el decoro de la familia lo mismo que miro yo. La dignidad, hija, la dignidad es lo primero». Pero doña Lupe empezaba a hacérsele horriblemente antipática, y por nada del mundo le habría hecho una confidencia.

¿Mía?... gritó ¿Yo... envidia... de ti? ¿De la Villamelón? ¿De la Vi... lla... me... lo... na? Y se reía con una carcajada en que iban envueltos todos los rencorcillos mujeriles de tiempos atrás almacenados, mientras acentuaba las sílabas de aquel Vi... lla... me... lo... na, que era, por una extraña manía, el mayor insulto que podía hacérsele a Currita.

Jamás le había dirigido ella un cargo serio y formal, con tantos motivos como tenía para hacérsele, ni él la había dado las menores señales de estar arrepentido, ni de creerse culpable siquiera: al principio, por entereza y altivez de la una, y por malicias y conveniencias del otro; después, porque caídas las cosas del lado a que se habían inclinado entonces, ¡y caídas tan abajo!, el uno y la otra tenían grandes motivos para no volver los ojos hacia atrás, y frescura sobrada para tratar el caso medio en broma, cuando el caso llegaba por si sólo a clavárseles en la lengua.

El Magistral excusaba palabras, pero no las que aclaraban su proyecto. «¿Qué iba a hacer Petra para poner a la vista del estúpido Quintanar aquella vergüenza? ¿Revelaciones? no podían hacérsele. ¿Anónimos? eran expuestos...». «¡Qué! no señor, nada de eso; ha de verlo él», repetía Petra, olvidada de sus fingimientos, con placer de artista.

La vista misma de la baronesa había llegado a hacérsele insoportable; su resolución de abandonarla estaba definitivamente tomada, y no aguardaba sino el momento de ponerla por obra; su primera idea fue, como hemos visto, llevar a cabo una especie de suicidio sepultándose en las austeridades de una de las más severas órdenes religiosas, y aun volvió, a hablar de nuevo a su amiga la señora de Aymaret sobre su próxima entrada en el Carmelo, esforzándose realmente en cifrar en el Cielo un amor para el que ya no quedaba esperanza alguna en la tierra; pero es menos difícil hacer un sacrificio que perseverar en él.

Recibiólas ella con gratitud y alegría primero, después con graciosa condescendencia y sin devolverlas sino tal vez que otra; por último, á medida que el guapo las menudeaba, le fueron siendo más indiferentes, terminando por hacérsele pesadas.