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Una podría resignarse, es cierto, resignarse a sufrir. Pero piensa por un momento que estando casada una se enamorara de otro. ¡Qué situación horrible! Bueno, Laura le suplicaba que en último caso la acompañara yo, los vigilara yo. Fue inútil, Zoraida le repetía que nuestra familia era muy desgraciada en el amor y que ella no tenía edad para enamorarse así.

Y después luz, ¡oh, la luz! repetía el otro. Otra vez quedó perplejo Juanillo. Lo de «experimentar antes la sensación» le parecía un buen consejo.

Y lo repetía obstinadamente, sin entonación, como el que afirma una cosa natural e inevitable. ¿Qué dices, bribona? Que me voy, que me voy.... A mi casita pobre.... ¡Quién me trajo aquí! ¡Ay, mi madre de mi alma!

Cinco años después había mucha tristeza en la China, porque estaba al morir el pobre emperador, tanto que tenían nombrado ya al nuevo, aunque el pueblo agradecido no quería oír hablar de él, y se apretaba a preguntar por el enfermo a las puertas del mandarín, que los miraba de arriba abajo, y decía: «¡Puh!» «¡Puhrepetía la pobre gente, y se iba a su casa llorando.

Bien podrá ser que sea militar contestó fray Gabriel, el cual, excepto en puntos de medicina y de horticultura, estaba acostumbrado a mirar a la tía María como a un oráculo, y a no tener otra opinión que la suya, lo mismo que había hecho con el prior de su convento. Así que casi maquinalmente, repetía siempre lo que la buena anciana decía.

Maltrana, recordando las afirmaciones de otros tiempos, repetía a su novia que la vida es alegre, que la vida tiene un sentido helénico, que el dolor, que parece interminable, no es mas que un accidente pasajero, el aperitivo de la felicidad, tras el cual se atraca uno mejor de las dichas de la existencia.

Pu... pu... pues yo concluyó la sexta, que era bastante tartamuda ta... ta... ta... tamién.... Oír esto y soltar la carcajada la niña, hasta entonces taciturna y desdeñada, fué una misma cosa. ¡Y se chancea! exclamaron admiradas las otras. ¡Ta... ta... ta! repetía entre carcajada y carcajada la burlona. ¡El demonio de la...! ¡El diantre de...! ¡Miren si...! ¡Atreverse a burlarse de una niña fina!

Las miradas de aquellos hombres se dirigían a todas partes, y el eco repetía el sonido como si fuesen muchos los disparos, mientras que se elevaba una ancha nube de humo encima del macizo de árboles donde se hallaban los cazadores.

Sus miradas vagaban inciertas sobre los objetos, sus mejillas habían como enflaquecido, sus cabellos como blanqueado, habíase afilado su nariz, temblaba de tiempo en tiempo el mezquino, y repetía una misma orden, é iba de acá para allá, volviendo siempre á un mismo punto. Hasta su voz se había alterado.

Ahí verá usted repetía yo entre qué gentes estamos.