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Púselos en agua de mar, y los descuidé por espacio de dos días, ocupado en otras tareas. Cuando me acordé de ellos, sólo hallé tres cadáveres. Aquello estaba desconocido: habíase renovado la escena. Una película espesa y gelatinosa se había formado á la superficie. Fatigada de tanto movimiento, la vista, sin embargo, no tardó en notar que en aquella escena no todo se movía.

La duquesa de Bara no había encontrado todavía ocasión oportuna de hacer el análisis crítico de la solemnidad religioso política a que había asistido horas antes, y hasta la señora de López Moreno, reina destronada de Matapuerca, habíase olvidado por un momento de la honra insigne que al día siguiente la aguardaba.

Sus miradas vagaban inciertas sobre los objetos, sus mejillas habían como enflaquecido, sus cabellos como blanqueado, habíase afilado su nariz, temblaba de tiempo en tiempo el mezquino, y repetía una misma orden, é iba de acá para allá, volviendo siempre á un mismo punto. Hasta su voz se había alterado.

Sin embargo, desde que su partida había sido totalmente destruida, habíase reformado, y en vez de sacar provecho de ciertos datos que había adquirido durante su vida de bandolero, trabajaba para ganarse su subsistencia a bordo de un buque inglés.

Allá lejos la gran mancha del Océano se obscurecía. Su azul brillante del mediodía habíase trocado en un gris triste, verdoso, con reflejos metálicos. El coro sacudió de pronto su melancolía. Una moza inició cierto pasacalle vivo y alegre. Las demás la siguieron, de buena voluntad como si despertasen de un sueño triste.

Y lo terrible del caso era que tenía razón. La salud de D. Álvaro, que jamás había sido completa, se arruinaba sensiblemente desde hacía una temporada: tal vez desde la visita inopinada de su esposa. Habíase demacrado mucho más, con estarlo siempre bastante. El color, de pálido daba ya en terroso; los ojos habían perdido en movilidad y ganado en brillo; las manos parecían las de un esqueleto.

Mamá era viuda; con nosotros vivían habitualmente dos hermanas suyas, y en aquellos momentos un hermano, precisamente el que había venido con Inés de Buenos Aires. Este nuestro tío de veinte años, muy elegante y presumido, habíase atribuído sobre nosotros dos cierta potestad que mamá, con el disgusto actual y su falta de carácter, fomentaba.

La condesa de Pópoli habíase interrumpido más de una vez durante su largo relato, y más de una vez abundantes lágrimas corrieron por sus pálidas mejillas, manifestando a sus jóvenes amigos el dolor que experimentaba con tan penosos recuerdos.

Con cierta expresión de tristeza sonrió Antoñita al estrechar la mano del joven, pensando que también ella había gritado, sin que su voz llegase a los oídos de Amaury. La institutriz no había visto nada, o mejor dicho, lo había visto todo, pero habíase detenido su mirada en la superficie de las cosas sin querer profundizar.

Habíase acabado la siembra de los garbanzos, los yeros y los arvejones. Ahora, las cuadrillas de muchachas y de gañanes se dedicaban a escardar los campos de cereales. Aún podían sostener el combate con el escardillo contra las hierbas parásitas. Después, cuando el trigo creciese, tendrían que arrancarlas a mano, encorvados durante el día, con los riñones quebrantados por el dolor.