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Sus mejillas estaban pálidas y marchitas, sus ojos hinchados y enrojecidos, y todo su semblante denotaba una ansiedad profunda, terrible, ardiente, un terror pánico de lo desconocido que el porvenir le reservaba.

Las niñeras adornadas con cintas de mil colores, llevaban bajo sus largas capas el dulce peso de los bebés, en tanto que las siluetas pálidas y quebradas de los viejos, paseaban sus cuerpos fatigados al tenue ardor de aquel sol de diciembre.

Sus ojos recobraron la acostumbrada dureza; sus facciones parecieron más secas, pálidas y angulosas. ¿Qué deseas? dijo con rudeza . ¡Porque seguramente no vienes por el placer de verme!...

Su nariz parecía afilarse con la emoción entre las mejillas hundidas y pálidas. Sentíase enferma; temía desplomarse sobre el pavimento con un síncope de terror. Intentaba rezar otra vez, aislarse en su oración, para no escuchar los ruidos de fuera, transmitidos por las paredes con una sonoridad desesperante.

Sentáronse en un banco; el doctor, entre ambos enfermos. Veían ante ellos el cielo frío, de nubes grises y pálidas, muy elevadas. Las tinieblas descendían. Lejos, por encima de los árboles del bosque, que se veía apenas, cerníase una bandada de grajos en busca de un lugar donde pasar la noche.

Mucho discurrió Bonifacio, pero no logró dar en el quid de que su mujer, dándose por medio difunta, tuviera aquellas reconditeces nada despreciables, aunque pálidas y de una suavidad que, al acercar la piel a la condición del raso, la separaba de ciertas cualidades de la materia viva.

Te madre: tus pálidas mejillas, sonrosadas ayer, en ignoradas horas de amargura marchitó el padecer; acaso sus colores te robaba quien te debia el sér, acaso el ciego amor te consumia que pusiste en él. Yo te amaba, y al verte, silencioso de nuevo te adoré, y, temiendo que el paso detuvieras... humilde me aparté.

Arrepintiose luego del discurso, ante el sumiso silencio que siguió, y dio las gracias tan dulcemente en la puerta, que Sandy tropezó, lo cual hizo que los niños riesen otra vez, risa de que participó doña María, hasta el punto de que sus pálidas mejillas se tiñeron débilmente de carmín.

Luego estampó un beso en las pálidas mejillas del doctor, logrando así que aquellos dos filósofos se atemperaran a su humor más plácido y más sereno. ¡Vamos! exclamó el doctor, ya que este día pertenece a mis hijos por entero, hay que aprovecharlo bien. Muy pronto me veré en la imposibilidad de repetir semejante oferta. De este modo pudieron Amaury y Antoñita renovar sus antiguas conversaciones.

Las calles son estrechas, empedradas, sin aceras, de casas bajas y blancas. Un arroyuelo infecto corre por el centro, formado por las aguas sucias que surten de los corrales. Al paso, tras las vidrieras, se inclinan las manchas pálidas de los rostros curiosos; se oyen los gritos lejanos de unos muchachos que juegan en otra plaza. En esta plaza se levanta una iglesia gótica.