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Actualizado: 11 de junio de 2025
«Cuando nos casemos continuó la señora no habrá uno solo de esos emperadorcillos y cancilleretes que no te acate y reverencie como á mí misma, porque has de saber que yo soy la Reina de todos los que en aquesta parte del mundo existen, y mis títulos no son usurpados, sino transmitidos por la divina Ley muñequil que estableciera el Supremo Genio que nos creó y nos gobierna.
Su nariz parecía afilarse con la emoción entre las mejillas hundidas y pálidas. Sentíase enferma; temía desplomarse sobre el pavimento con un síncope de terror. Intentaba rezar otra vez, aislarse en su oración, para no escuchar los ruidos de fuera, transmitidos por las paredes con una sonoridad desesperante.
Me representé a mi país como una inmensa tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos; me representé la sociedad dividida en familias, en las cuales había esposas que mantener, hijos que educar, hacienda que conservar, honra que defender; me hice cargo de un pacto establecido entre tantos seres para ayudarse y sostenerse contra un ataque de fuera, y comprendí que por todos habían sido hechos aquellos barcos para defender la patria, es decir, el terreno en que ponían sus plantas, el surco regado con su sudor, la casa donde vivían sus ancianos padres, el huerto donde jugaban sus hijos, la colonia descubierta y conquistada por sus ascendientes, el puerto donde amarraban su embarcación fatigada del largo viaje; el almacén donde depositaban sus riquezas; la iglesia, sarcófago de sus mayores, habitáculo de sus santos y arca de sus creencias; la plaza, recinto de sus alegres pasatiempos; el hogar doméstico, cuyos antiguos muebles, transmitidos de generación en generación, parecen el símbolo de la perpetuidad de las naciones; la cocina, en cuyas paredes ahumadas parece que no se extingue nunca el eco de los cuentos con que las abuelas amansan la travesura e inquietud de los nietos; la calle, donde se ven desfilar caras amigas; el campo, el mar, el cielo; todo cuanto desde el nacer se asocia a nuestra existencia, desde el pesebre de un animal querido hasta el trono de reyes patriarcales; todos los objetos en que vive prolongándose nuestra alma, como si el propio cuerpo no le bastara.
Mientras los hombres hacían sus trampas en el campo de la feria, ellas corrían las casas echando las cartas, diciendo la buenaventura, ofreciéndose las más viejas a curar las enfermedades con remedios misteriosos, transmitidos de madres a hijas desde la más remota antigüedad. Las dos primeras ferias eran en San Juan: las de Segovia y Avila. Luego venía la famosa de Alcalá, en el mes de Agosto.
¡Y bien apretado, canástoles!... y otro para cada uno de ellos, a buena cuenta. Serán fiel y honradamente transmitidos... Esto engorda, señor don Alejandro... Sí, señor don Claudio; y Dios le pague a usted la parte que le alcanza en este bien que recibo. ¡Qué días estos pasados! ¡qué noches!... ¡Quién piensa ya en esas bagatelas?
Así dice el erudito don Agustin Duran, que «Hesiodo y Homero, creadores de la epopeya Griega, formaron sus poemas, redactando con sus fábulas todo el sistema político, filosófico y religioso que constituye el espíritu de los pueblos progresivos, bajo cuyos auspicios marcha aun la sociedad europea.» No es de estrañar que en vista de una obra tan vasta y tan sublime, muchos hayan dudado de la existencia de Homero entre ellos Vico, en su Scienza Nuova acreditando la hipótesis de que la Iliada y la Odisea se componen de una série de cantos populares, que transmitidos de siglo en siglo por la tradicion oral, adicionándose con nuevos cantos al pasar por cada generacion, llegaron á formar esos dos libros inmortales, cuyo verdadero autor es todo el pueblo griego.
Palabra del Dia
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