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¡Mi pobre invalidito! decía con susurro amoroso . ¡Tan feo y tan inútil que me lo han dejado esos pillos!... Pero, por suerte, me tiene á , que lo adoro... Nada importa que te falte una mano; yo te cuidaré: serás mi hijito. Vas á ver, cuando nos casemos, con qué regalo vives, cómo te llevaré de elegante y acicalado... Pero ¡ojo con las otras!

Esa ilusión es demasiado bonita para que pueda engañar. JOAQUÍN. ¿Por qué lo dices?... ¿Porque te lo he prometido muchas veces, y nunca lo he cumplido? Ahora... ISIDORA. Ni ahora ni nunca. JOAQUÍN. El mundo es olvidadizo, tontuela. ISIDORA. Pero no tan olvidadizo que... JOAQUÍN. Y en seguida que nos casemos, haremos un viaje por Italia y Suiza.

Pero me veo obligada a no admitir..., porque quiero a otro hombre. ¡Quiere a otro hombre! repuso con aturdimiento el litógrafo . Después que nos casemos le olvidará usted, y me querrá a . Yo soy muy bueno». Isidora sonrió.

No hagas caso... Te quiero como a la Medicina... Haz de lo que gustes... Eso ya es otra cosa... Cuando nos casemos, como yo he de ganar tanto dinero, tendrás tres coches, catorce sombreros y la mar de vestidos... ¡Si yo no me caso contigo!...» declaró la joven en un momento de espontaneidad.

¡Tan desgraciado serías por haberme hecho baronesa! ¿Y no es, acaso por serlo por lo que tanto deseas que nos casemos? Aquí se detuvieron, espantados del cambio de sus fisonomías: Fortunato, rojo como un gallo, estaba á dos dedos de la apoplejía y Clementina, devorada por la bilis, parecía amenazada de ictericia.

«Cuando nos casemos continuó la señora no habrá uno solo de esos emperadorcillos y cancilleretes que no te acate y reverencie como á misma, porque has de saber que yo soy la Reina de todos los que en aquesta parte del mundo existen, y mis títulos no son usurpados, sino transmitidos por la divina Ley muñequil que estableciera el Supremo Genio que nos creó y nos gobierna.

Después de las convenientes explicaciones y de saber D. Gregorio cuál es mi familia y los bienes de fortuna que poseo, D. Gregorio, no sólo ha consentido, sino que ha dispuesto que nos casemos cuanto antes. Doña Juana, a regañadientes, ha tenido que consentir también, a lo que ella entiende para salvar su honor. Y hasta me ha quedado muy agradecida, porque me sacrifico para salvarla.

¡Bendita sea tu boca! ¡Sigue niña, que me subes al cielo diciéndome esas cosas! Nada has de perder queriéndome. Pa que estés bien soy capaz de todo; y aunque el padrino se enfade, ansí que nos casemos güervo al contrabando para llenarte el delantal de onzas. María de la Luz protestó con un ademán de miedo. Eso nunca.

Dicen que las mujeres de nuestra alcurnia deben casarse, a cierta edad, con hombres de determinadas condiciones: la casa Miralta cree que no puede entroncar con otra que la de Camposeco, y ésta juzga que vino al mundo para fundirse con la de Miralta; yo soy lo primogénita de una, y Gonzalo es el único heredero de las grandezas y caudales de la otra; se acuerda entre ambas familias que Gonzalo y yo nos casemos... «para que se cumplan las profecías»: no se admiten consultas, ni protestas, ni reparos, porque, como «ellos» dicen, lo principal es que se haga el matrimonio, «lo demás no importa tres cominos»; a esta idea nos vamos haciendo, y a este papel nos vamos acomodando poco a poco el galán y la dama de esta comedia de la buena sociedad... hasta que llega la hora del desenlace, nos echan la bendición, se baja la cortina... y cada comediante o vivir como Dios le a entender.

Viéndola un día más expansiva y serena que de ordinario, como hablasen de Paca la de la Parra y su marido, celebrando lo bien avenidos que vivían á pesar de la oposición de sus caracteres, Velázquez le tomó de pronto una mano y le dijo cariñosamente: y yo viviremos al fin tan felices como ellos... , flamenca, ¿cuándo quieres que nos casemos?