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Desde Pirene a Calpe habría sido devorada, y todos los españoles nos agitaríamos en una cárcel de tela, ¡ay!, en los bolsillos de ese afanador de naciones... ¡Tonta, si hubieras sabido aprovecharte!... Pero no haces números, y en esta época el que no hace números está perdido. Déjame a de números. ¿A dónde vas ahora?».

El águila, devorada por los insectos, graznaba a orillas del Guadalquivir con hambre y calentura, afilando sus garras en el tronco de los olivos, con el ansia de que llegara pronto la ocasión de destrozar alguna cosa.

Cercado por todas partes de berberiscos que devastaban sin cesar la Andalucía, se anonadó, y no pudo dar nunca un paso mas allá de tus murallas. Te vió con dolor abatida, devorada por el hambre, consumida por la peste; pero no fue capaz ni aun de procurarte pan teñido con la sangre de tus hijos.

El aya, devorada por una fiebre interior, se puso de pie, y dirigiéndose a la puerta: Podéis estar tranquilo, Mathys. Mañana temprano estaré levantada para ir a hablar a la señora, y si durante la noche hubiera inventado nuevas celadas contra vos, vendré en seguida a revelároslas. En todo caso, no le digáis nada antes de que nos volvamos a ver. ¡Buenas noches!

Palpábase, buscando consuelo, con sus manos secas y hallaba la misma suavidad y frescura. Aquella carne no se había marchitado. Bajo ella palpitaba la juventud, circulaba una sangre ardiente, ávida de goces, devorada por la creciente necesidad de las embriagueces del amor.

Devorada por la fiebre, en espera día y noche de cualquier siniestro ruido, de cualquier trágico espectáculo, impulsaba la triste Beatriz a la señora de Aymaret con desesperada impaciencia a que diese el paso supremo de que dependía su última esperanza, mas la vizcondesa, prevenida ya por Pierrepont de que su matrimonio se efectuaría en próxima fecha, quería esperar para presentar su súplica al pintor así que el suceso se realizase.

Habiendo asentido Julita con una docena de inclinaciones de cabeza, el chico comenzó a figurar que la comía los brazos, la cara, el pecho, las piernas, en fin, toda su diminuta persona. La niña se deshacía de gozo al verse devorada de tan gentil manera. ¿Te como más? Claro está. Julita deseaba que la comiese hasta no dejar rastro de ella.

¡Tan desgraciado serías por haberme hecho baronesa! ¿Y no es, acaso por serlo por lo que tanto deseas que nos casemos? Aquí se detuvieron, espantados del cambio de sus fisonomías: Fortunato, rojo como un gallo, estaba á dos dedos de la apoplejía y Clementina, devorada por la bilis, parecía amenazada de ictericia.

Población cariñosa y débil, en la que notó Bougainville el exceso del abandono, y entre la cual los mercaderes apóstoles de la Inglaterra ganan dinero pero no almas, se extingue míseramente devorada por nuestros mismos vicios y nuestras enfermedades. La dilatada costa de la Siberia estuvo habitada en otro tiempo.

Se hundía, se hundía en un agujero negro, acompañado por la melodía tenue, que se iba adelgazando lo mismo que un hilo cada vez más tirante, hasta romperse y ser devorada por el silencio. De pronto volvió a la vida al sentir una mano en un hombro. Abrió los ojos, y vio al doctor Zurita de pie ante él, con un puro en la boca sonriéndole. Levántese, amigo y tome uno de hoja.