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Vaya, vaya... Que sea por muchos años. Y al decir esto, paseaba por la habitación con sus zapatos de cura, que parecían querer escapársele a cada paso, acompañando sus movimientos con un monótono chac-chac. Tenía en sus piernas algo inexplicable que parecía repeler los lacios pantalones que las cubrían.

Entre los obscuros jinetes de la Guardia municipal pasaban vistosos caballeros sobre flacos y míseros rocines, con las piernas enfundadas de amarillo, doradas chaquetas y anchos sombreros de castor con gruesa borla a guisa de escarapela.

No, no; una parálisis no deja a un hombre firme sobre las piernas, como un caballo entre las varas de un carro, ni le dejaría luego marcharse, así que se le pudiera decir «¡arrePero quizá hubiera algo así como que el alma del hombre, que se librara del cuerpo, saliera y entrara, lo mismo que un pájaro que sale y vuelve a su nido.

Las mujeres son muy aseadas, y gustan mucho de los afeites: queriendo sacar á la naturaleza, á este respecto, de sus límites ordinarios, desde su juventud empiezan á ponerse brazaletes y ligas de tejidos de algodon, para modificar por este proceder sus brazos y piernas, y aparecer mejor formadas de lo que son.

Pero no fué así, porque el cielo, que para otras cosas que él sabe me debe de tener guardado, hizo que las piernas y brazos del poderoso caballo resistiesen el golpe, sin recebir yo otro daño que haberme sacudido de el caballo y echado a rodar, resbalando por gran espacio.

Hasta tocar casi en las primeras casas no alcanzó á sus favorecidas, que sin volver la vista atrás caminaban con toda la celeridad que les consentían sus fatigados pulmones. Al verlas no pudo menos de sonreir exclamando en voz baja: «¡Vaya unas piernas que os ha dado el miedo, hijas míasPasó delante de ellas y saludó cortésmente. Buenas tardes. Buenas tardes respondieron las jóvenes.

El médico sentía angustia examinando á los dos contendientes, con la cara pálida, sudorosos, las piernas inmóviles y como petrificadas, el busto en incesante vaivén, los brazos hinchados por el esfuerzo; y recordaba á otros que habían caído en aquellas apuestas brutales, muertos como por un rayo, heridos en el corazón por el exceso de actividad.

Pero cuando se hace más íntima, más discreta es en los cortos momentos de respiro, cuando las nobles doncellas se yerguen para hacer descansar sus brazos y sus piernas entumecidas. Entonces se hablan al oído y sonríen mientras el arroyo cristalino besa con placer sus pies desnudos. Mas he aquí que Demetria se va quedando grave sin saber por qué, grave y pensativa.

Los fardos saltaban de la cubierta: caían en el agua, donde los recogían los hombres descalzos y las mujeres con la falda entre las piernas; unos desaparecían por aquí; otros se iban por allá; fue aquello visto y no visto, y en poco rato desapareció el cargamento, como si lo hubiera tragado la arena. Una oleada de tabaco inundaba a Torresalinas, filtrándose en todas las casas.

Una joven cobriza, hermosa y sucia, con el pelo revuelto, grandes aros en las orejas y un delantal de rayas multicolores, bailó bajo el emparrado, moviendo en alto un pandero que era casi del tamaño de una sombrilla. Dos chicuelos vestidos de antiguos lazaroni, con gorro rojo y las piernas remangadas, acompañaron dando gritos la agitada danza de la tarantela.