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Hombre sobre el cual dejaba caer su puño, caía redondo: potro cerril cuyos lomos abarcaba con sus piernas de acero, ya podía encabritarse, morder el aire y echar espumarajos de cólera, que antes se desplomaba vencido y jadeante que lograba libertarse del peso de su domador.

1 Desciende, y siéntate en el polvo, virgen hija de Babilonia; siéntate en la tierra, sin trono, hija de los caldeos, que nunca más te llamarán tierna, y delicada. 2 Toma el molino, y muele harina; descubre tus guedejas, descalza los pies, descubre las piernas, pasa los ríos. 3 Será descubierta tu vergüenza, y tu deshonor será visto; tomaré venganza, y no ayudaré a hombre.

Detrás del mostrador aparecía Hindenburg, despechugado, con la camisa arremangada sobre sus brazos voluminosos como piernas. Yo soy el capitán Ulises Ferragut.

Ah, ya me parecía... Y recogiendo hacia ella un silloncito romano, se sentó cruzada de piernas, el busto tendido adelante, con la cara sostenida en la mano. Sigan; ya escucho. Contaba a Durán dijo Ayestarain, que casos como el que le ha pasado a Vd. en su enfermedad, son raros, pero hay algunos. Un autor inglés, no recuerdo cual, cita uno. Solamente que es más feliz que el suyo.

Una mañana me acerqué al faro de las Ánimas. Al asomarme a la plataforma vi a uno de los chicos del torrero y le pregunté: ¿Está tu hermana? ¿Quién, Quenoveva? . Aquí está. Bajé, y me encontré a la muchacha, despeinada, con las piernas desnudas, envuelta en una falda hecha jirones. Estaba lavando. Al verme, se levantó avergonzada; yo la tranquilicé y le expliqué a lo que iba.

Tratan de llegar al bosque dijo Cornelio. ¿Está lejos? preguntó Van-Horn. Seis o siete millas. Hay que darse prisa, Capitán. Ya sabéis que los australianos son buenos andarines. También nosotros tenemos buenas piernas. Si logramos ponernos a tiro, les haremos fuego. ¡Adelante, y con cuidado para no caer en emboscadas! Y para ver si han abandonado las calderas añadió Van-Horn.

No marchaban; más bien parecían arrastrarse, con una firme voluntad de avanzar, pero traicionados en sus deseos por las piernas anquilosadas, por los pies en sangre.

9 Y lavará con agua sus intestinos y sus piernas; y el sacerdote hará perfume de todo sobre el altar; [y esto será] holocausto, ofrenda encendida de olor muy aceptable al SE

La realidad del despertar fué tan alegre para Ulises como dulces habían sido las horas de la noche en el misterio de la sombra. Estaba fatigado; sus piernas vacilaron al tocar el suelo, y al mismo tiempo nunca se había sentido tan fuerte y tan feliz.

Julia, puestas las manos sobre las rodillas, inmóvil, con expresión de intensa curiosidad en el semblante, tenía sus grandes ojos taciturnos fijos en el desconocido. En pocos segundos me di cuenta de todo lo que he dicho. Luego pareciome que las luces se apagaban, mis piernas se doblaron y me desplomé sobre el banco. Un espantoso temblor agitaba mi cuerpo de la cabeza a los pies.