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Todos acogen con hurras y palmadas este sensato discurso. Sólo D. Félix, D. César y D. Prisco permanecen silenciosos y taciturnos. Al sentarse el sobrino del capitán se levantó el ingeniero que había llegado de Madrid. Era un joven de fisonomía inteligente y agraciada.

Eran el director de escena, el apuntador, un traspunte y un hombre gordo y pequeño, de panza extraordinaria, vestido con suma corrección, muy blanco, muy distinguido en sus modales; era el signor Mochi, empresario y tenor primero... y último de la Compañía. Otros grupos taciturnos vagaban por el foro, eran los coristas: el cuerpo de señoras estaba sentado en corro a la izquierda.

Pero a un extraño no le era fácil conocer esta falta de armonía: la prudencia disimulaba tales asperezas, y en conjunto reinaba la mayor y más jovial concordia. Había apretones de mano, golpecitos en el hombro, bromitas sempiternas, chistes, risas, secretos al oído. Algunos, taciturnos, se despedían pronto y abandonaban el templo; no faltaba quien saliera sin despedirse.

Pocos minutos después estaba en la calle, con su lío al brazo, en compañía de Bolina y Tremontorio. Los tres iban cabizbajos, taciturnos y caminando con repugnancia. Casi al mismo tiempo que ellos en la calle, aparecieron en sus respectivos balcones la mujer de Bolina, rodeada de sus nietos, y la del pobre Tuerto, sola, desgreñada y dando alaridos de desconsuelo.

Respirando aquel aire claustral de tristeza y de encierro, con el azoramiento instintivo de los niños en las grandes desgracias, sin una alegría, sin un compañero de su edad, gobernado por seres taciturnos que hablaban de continuo en voz baja, vivió Ramiro los obscuros días de su niñez. La menor expansión infantil, su misma sonrisa, hallaban siempre un dedo sobre un labio.

Aquí otro, con la librea de los Dávila, soltando la lonja a un azor, le dejaba subir en los aires, para hacerle descender en seguida con presteza, agitando el señuelo en forma de codorniz. Ramiro observó con admiración aquellas aves sanguinarias, aquellos pájaros taciturnos y crueles, pavor de las raleas y únicos dignos de posarse sobre el guante de un rey.

En la casa de la Valcárcel, donde un día habían sido parásitos los taciturnos parientes de la montaña, de capa y hongo, ahora, espantadas tales alimañas, vivaqueaban aquellos extranjeros, aquella sociedad heteróclita, que con pasmo y aun envidia de parte de la ciudad, vivía como no se solía vivir en aquel pueblo aburrido, con esa alegría desfachatada, pero atractiva, que los demás miraban desde lejos murmurando, pero deseándola.

Ambos, callados y taciturnos, contemplaron largamente la hoguera que Linón atizaba pausadamente. Pero la morenita concluyó por impacientarse de este silencio. ¿Por qué no bailas, Jacinto? Porque á sólo me apetece bailar contigo. Pues entonces puedes sentarte y esperar, porque va para largo. ¿No me quieres por pareja? , pero más tarde... el día en que principies á afeitarte.

En vez de los grupos alegres y bulliciosos de antes, en las aceras se veían parejas de la Guardia Veterana haciendo circular á los estudiantes, que salían de la Universidad silenciosos unos, taciturnos, irritados otros, estacionaban á cierta distancia ó se volvían á sus casas. El primero con quien se encontró fué Sandoval. En vano le llamó Basilio; parecía que se había vuelto sordo.

Si es de gente gascona el decir en alta voz lo que piensan, tampoco falta quien tache á los ingleses de fríos y taciturnos. Pero ya lo habéis oído, señores de Gascuña; los mismos que acaban de tener con vosotros una querella pueril os reconocen el valor y las dotes de todo honrado caballero. Captal, Clisón, Pomers, Briquet, cuento con vuestra palabra.