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Asistían en su corte las más gentiles damas y los más discretos y valientes caballeros que entonces había en el mundo. Su ejército era numeroso y aguerrido. Sus naves recorrían como en triunfo el Océano. Los parques y jardines, donde solía cazar y holgarse, eran maravillosos por su grandeza y frondosidad, y por la copia de alimañas y de aves que en ellos se alimentaban y vivían.

Hacía propósito de no volver a pescar alimañas de tan poca sustancia, y se figuraba estar tendiendo sus redes en mares anchos y batidos, por cuyas aguas cruzaran gallardos tiburones, pomposos ballenatos y pejes de verdadero fuste. Su mente soñadora la llevaba a los días del próximo invierno, en los cuales pensaba inaugurar una campaña social tan entretenida como fructífera.

Y así hemos ido tirando tan guapamente: sin acordarte dos veces al año del santo de mi nombre, y yo sin apurarme por ello cosa mayor, porque mientras tuve salud, tuve alegría, y a la luz de ella me tenía por bien acompañado con vivir entre estas gentes y estos riscos y hasta sus alimañas, que me parecían ya, a fuerza de verlos y palparlos, carne de mis huesos y sangre de mis propias venas.

Entre otras varias escenas, cuéntanse las siguientes: una reunión de estudiantes que se ejercitan en discusiones escolásticas, hallándose con ellos el Diablo y el futuro Santo; Dios Padre, sentado en su tribunal y conversando con la Justicia y la Misericordia; el Santo, que asciende en los aires, en donde encuentra á la Santa Virgen y á San Agustín; dos Cardenales que muestran á los fieles devotos el paño de la Santa Verónica; San Nicolás remienda el vestido de la Orden, y los ángeles invisibles tocan instrumentos músicos; preséntase el Demonio con séquito de leones, serpientes y otras alimañas, y es arrojado ridículamente de un convento de frailes; por último, á la conclusión desciende el Santo del cielo vestido de estrellas, saca del Purgatorio las almas de sus padres, y regresa al cielo con ellos llevándolos de las manos.

Era su carrera desatinada, obscuro el camino, húmedo y hasta pegajoso, y cruzábanse á cada paso con bandadas de diminutas alimañas, que á tientas les pinchaban y mordían.

En carros, y encerrados en jaulas, iban después leopardos y otras alimañas feroces que el rey don Manuel regalaba al Papa, además de las joyas, de la canela, de la pimienta, del clavo, de las armas y de los tejidos y bordados del Oriente. La Embajada venía en pos de todo esto formando un conjunto deslumbrador.

Entonces Gaspar Vela Núñez o Gonzalo de Ahumada, llegados recientemente del Perú, referían cosas de América: alimañas y frutos fabulosos, segundones miserables enriquecidos de súbito por algún tesoro enterrado, huacas repletas de joyas, victorias enormes en que la sangre enjabonaba los dedos y era preciso encordelar la espada y la pica para que no se escurriesen.

Las alimañas esquivas y feroces huían a la aproximación de la hueste, pero no faltaban seres animados, más mansos y menos recelosos del hombre, que apenas se apartaban al sentirle llegar, y hasta que se adelantaban y mostraban como si acudiesen a darle la bienvenida. A veces, con alegre desentono, graznaban los pavos reales, desplegando la brillante rueda de sus pintadas plumas.

Sin embargo, no están de más las precauciones como las nuestras, aunque hayan sido tomadas contra las alimañas del monte, sin acordarnos de las vilezas de cierta casta de hombres desconocida en estos honrados valles.

Ya le seguiremos en su interesante regreso al escondrijo donde mal vive. Por de pronto, observémosle en su rudo luchar por la pícara existencia, y en el terrible campo de batalla, en el cual no hemos de encontrar charcos de sangre ni militares despojos, sino pulgas y otras feroces alimañas.