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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Yo hubiera querido en tales casos una componenda entre los dos extremos, algo por el estilo de lo que sentía Gedeón cuando se lamentaba de que no estuvieran las ciudades construidas en el campo; pero no siendo posible la realización de mis deseos, no muy apremiantes, me habría acomodado tan guapamente a estas y aquellas relativas contrariedades, entre las cuales había nacido y vivido y hasta engordado, sin la menor sospecha de que pudiera haber cosa mejor dispuesta y ordenada para el regalo y bienestar de una persona de buen gusto, en parte alguna del mundo conocido.
Salió a la arena guapamente y se quedó plantado en mitad de ella, con el asombro de la luz después de la lobreguez del toril y del bullicio de miles de personas luego del silencio de los corrales. Pero así que le pinchó un picador, pareció llenar la plaza entera con su grandiosa bravura. No hubo para él ni hombres, ni cabayos, ni na.
Y aunque se tomara... Véngase, véngase, don Adrián; y verá usted qué guapamente estudiamos las condiciones marineras del Flash... desde tierra firme.
Andando hacia la calle del Ave-María, iba discurriendo que debía poner en la carta mucha severidad, y un ligero matiz de indulgencia, un grano nada más de sal de piedad para sazonarla. Diríale que no podía admitirla en su casa; pero que con el tiempo... si daba pruebas de arrepentimiento... En fin, que ya saldría la epístola tan guapamente.
Esta es la salona, o comedor dijo mi tío al entrar en él . ¡Comedor! ¡Qué comedor ni qué cuartajo!... Le llamo así porque de eso sirve cuando se alojan en esta casa personajes finos como tú, o algún señor Obispo de acá o de allá, o cuando hay boda en ella y algunos días después... hasta que llega la confianza y se arregla uno tan guapamente en la «perezosa» de la cocina: en invierno, al amor de la lumbre, y en verano... por la frescura... ¡Cascajo!, no te rías, porque en la cocina de mi casa se tirita de frío en agosto en cuanto se dejan de par en par las dos puertas y la ventana que tiene... ¡Figúrate tú lo que pasaría si hiciéramos otro tanto esta noche, y eso que todavía estamos al acabarse el otoño! ¿Ves una puerta en esa pared de la izquierda?
En poco tiempo se puso al corriente de todo y en aptitud de manejar el balandro tan guapamente: le quería como a las niñas de sus ojos.
Y lo es, señor don Alejandro; y va el Flash tan guapamente con un par de tablas de la cubierta debajo del agua. ¡Canástoles! ¿Quiere usted verlo?... ¿Se atrevería usted, Nieves? ¡Pues no he de atreverme? respondió ésta como extrañada de que Leto lo pusiera en duda.
No te apures, hija; de menos nos hizo Dios. En casa no te faltará nada. Melchor la ha puesto muy guapamente». Y en medio de la turbación que el repentino desalojamiento le producía, D. José sintió íntimo gozo al considerarse protector de su ahijada, al sentirla tan cerca de sí, sometida a su generoso amparo.
Imagínese que usted no es don Adrián Pérez, sino don Alejandro Bermúdez; que siendo don Alejandro Bermúdez, tiene una hija exactamente igual a la que tengo yo: vamos, que Nieves es hija de usted; que usted se ha consagrado en cuerpo y alma al cuidado y a la educación de esa hija; que desde que su hija era niña, trae usted formados y acariciados ciertos planes que, una vez realizados, han de hacer su felicidad, la felicidad de esa hija por todos los días de su vida; que está usted en la cuenta, por señales que parecen infalibles, de que su hija consiente y aprueba y hasta acaricia los mismos planes que usted; que en esta inteligencia, y para afirmarlos y asegurarlos mejor, de la noche a la mañana, y de mutuo y entusiástico acuerdo, dejan ustedes su residencia de Sevilla, y se plantan, llenas las cabezas de ilusiones, en este solar de Peleches; que limita usted su trato de intimidad aquí a tres personas, muy estimadas, muy queridas de usted: de esas tres personas, una soy yo, don Adrián Pérez, y la otra, mi hijo, Leto de nombre; usted continúa abriéndonos su casa y recibiéndonos en ella con la mayor cordialidad; y nosotros correspondiendo a ese afecto con otro tan hidalgo como él, e independientemente de todo esto, usted, Alejandro Bermúdez, llevando adelante y por sus pasos contados, el plan consabido; que se deja usted correr así tan guapamente, tranquilo y descuidado, y que un día, con motivo de un suceso muy relacionado con ese plan, descubre usted que se le han llevado los demonios, encarnados para ello en su hija de usted y en mi hijo; o si lo quiere más claro aún, en Nieves y en Leto... ¿Me va usted comprendiendo mejor ahora, señor don Adrián?
Y así hemos ido tirando tan guapamente: tú sin acordarte dos veces al año del santo de mi nombre, y yo sin apurarme por ello cosa mayor, porque mientras tuve salud, tuve alegría, y a la luz de ella me tenía por bien acompañado con vivir entre estas gentes y estos riscos y hasta sus alimañas, que me parecían ya, a fuerza de verlos y palparlos, carne de mis huesos y sangre de mis propias venas.
Palabra del Dia
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