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Aquella misma tarde se encontró Leto con las Escribanas yendo él hacia la botica y ellas hacia la Glorieta. Nada tenía esto de particular; pero lo tuvo el que al pasar Leto codo con codo con la Escribana mayor, dijo ésta en voz airada volviendo la cara hacia él, que había saludado muy cortésmente: ¡Escandaloso!

Leto bajó un poco la cabeza y apretó los párpados y las mandíbulas, como si tratara de arrojar de su cerebro alguna idea, alguna imagen que, contra su voluntad, se empeñara en anidar allí.

¿Y las de usted? le dijo a él Nieves viendo cómo le chorreaba el agua por las perneras abajo , ¿ son ropas mojadas? Las mías respondió Leto, no hacen daño donde están ahora: somos antiguos y buenos amigos el agua salada y yo... Además, ya están casi secas y acabarán de secarse al aire libre, adonde voy a ponerlas enseguida con el permiso de usted.

No, señora, respondió Leto muy formal. ¡Que no? Pues si no es por usted, primero, y por la destreza de Cornias enseguida... confesada por usted mismo cuando le veía acercarse... Cornias ha cumplido con su deber, como yo he cumplido con el mío; pero usted no podía ahogarse de ningún modo... ¿Por qué?

Pues, hija mía, buen provecho repuso don Alejandro : mi gusto no perjudica al tuyo. ¡Cómo que no? Como que no. Yo me quedo, y te vas... Pero ¿estará bien eso, papá? Y ¿por qué no ha de estarlo, canástoles? Leto y Cornias bien de fiar son en todos sentidos. ¿No te parece? A , ... Pero pudiera chocar... Pues, hombre, ¡estaría bien que hubiéramos venido a Peleches para eso! ¡Bah, bah, bah!

De pronto dijo Nieves dirigiéndose a Leto: Pues tiene usted razón: fijándose mucho en el ruido ese, se oye todo lo que se quiere oír... ¿No crees lo mismo, papá?... ¡Mira qué llana, qué brillante y qué hermosa está la bahía! Parece un espejo muy grande.

Se celebró mucho la ocurrencia por todos los presentes, incluso Maravillas, que por aquella vez no usó la sonrisita a que le obligaba de continuo su papel de librepensador propagandista; por todos, menos por Leto, que se quedó mirando de hito en hito al fiscal... hasta que de pronto soltó una carcajada. ¡Carape! exclamó enseguida , que está de molde el apodo.

Leto, pensativo y bastante risueño, pero sin contestarle una palabra, hizo lo mismo a su lado.

Y no he olvidado el compromiso respondió Nieves , ni estoy dispuesta a perdonársele a usted. En hora buena dijo don Claudio Fuertes; y luego añadió volviéndose al hijo del boticario : ¿lo ha oído usted, Leto? que lo he oído respondió Leto . Pero ¿por qué es la pregunta? Porque con usted va el cuento. ¡Conmigo?...

Por cierto que don Adrián subió la bocamanga izquierda hasta el codo, y el arco de las cejas hasta el casquete, a fuerza de rascarse y de admirarse al ver que Leto, de quien esperaba un estampido, en lo del convite no puso el menor reparo, y en lo de las acuarelas se despachó con tres «carapes» seguidos y unos muy dulces restregones de manos a las barbas.