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Actualizado: 9 de julio de 2025
Ahora se ve mejor el casco en toda la pureza de sus líneas dijo Leto a los que le rodeaban, pero particularmente a Nieves que parecía la más atenta a la explicación que había comenzado a hacer.
Cornias, con la agilidad y presteza de un mono, empezó a cumplir la orden desanudando la estacha de proa para largarla. ¡Espera! le dijo de pronto Leto, con una inflexión de voz que revelaba algo de extraño para Cornias.
Esa es la verdad añadió Leto saltando del balandro a la escalera para dar la mano a Nieves, porque habiendo bajado bastante la marea, eran muchos y estaban muy resbaladizos los escalones descubiertos.
En una de ellas, es decir, de las idas al balcón, le preguntó Nieves, en crudo como solía: ¿Por qué se puso usted colorado en el pinar cuando le pregunté si conocía a las Escribanas? Leto se alegró en el alma de que la noche fuera tan obscura como era, porque así no se desvirtuaría la sinceridad de la respuesta con la sofoquina que le había causado lo extraño de la pregunta.
Eso creo yo también; pero ¿y ciertas gentes? ¿pensarán lo mismo? ¿Se fía usted de mí, Nieves? Como de mi padre: se lo juro a usted. Pues entonces, ¿qué le importa a usted el juicio de esas ciertas gentes? Haga usted su gusto y ríase de ellas. ¿Lo cree usted, Leto? De todo corazón. Pues no se hable más de esto.. Y dígame usted. ¿está el día a propósito para salir a la mar?
No hay que decir lo que, por ley fisiológica, habían influido en el carácter de Leto las nuevas costumbres.
»Pero supongamos que está usted de acuerdo conmigo en este punto, y que da por bueno el modo de obrarse el prodigio: «Corriente», piensa usted enseguida, «ya veo que porque quiso ella, Nieves Bermúdez, la bella, la inteligente, la rica, la discreta, la de alma noble y corazón de oro; porque lo quiso, en fin, una mujer como no se ha visto en Villavieja ni volverá a verse en los siglos de los siglos, tú, Leto mísero, te levantaste y andas; pero ¿adónde vas?» ¡Carape si es usted malicioso! ¿Qué sé yo adónde voy?
Con esto y con la propensión natural de Leto a someter sus juicios al imperio de los extraños, por primera vez en su vida se creyó algo pintor y no del todo insignificante. Pues ahora va usted a ver mis obras le dijo Nieves muy templada, dejando las de Leto sobre un velador , siquiera para que aprenda usted, en vista de lo malas que son, a no ser tan avaro de las suyas.
¿Habría zalamera semejante? ¡Enfadarse Leto por tan poca cosa, cuando sería capaz!... Pidiérale ella que bebiera hieles para quitarla una pesadumbre, y hieles bebería él tan contento, y rescoldo desleído. No se atrevió a decírselo tan claro; pero como lo sentía, algo la dijo que sonaba a ello y le valió el regalo de una mirada que valía otra zambullida.
Cuando le tocó el turno a Leto, don Alejandro le dio un fortísimo apretón de manos, y Nieves, mirándole con gran interés, le aseguró que tenía grandísimo gusto en conocerle. Leto, con la lengua trabada y las mejillas ardiendo, pensó que le daba algo. Hemos estado en la botica le dijo Bermúdez , donde he tenido el placer de abrazar a mi buen amigo don Adrián, y nos ha hablado largamente de usted.
Palabra del Dia
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