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Fina y correcta como su esposo, elegante por naturaleza y educación, desdeñosa como él para con las gentes vulgares y ordinarias, la señora doña Gabriela poseía el rarísimo don de hacerse amar de todos, sin que para ello empleara lisonjas y lagoterías. Lujosa sin ostentación, elegante sin pretender atraerse las miradas de los demás, fina sin charla zalamera, para todos tenía una palabra cariñosa.

¡Quita allá, zalamera! repuso él dándole una palmadita afectuosa en la cara y apartándose. No entres todavía respondió ella tirándole de la manga de la chaqueta. ¿Va á ser todo ahora? ¡Deja algo para luego! Y con una leve sacudida se zafó, empujó la puerta y entró en el pequeño compartimento.

Bajo los rasgos de lápiz azulado con que se agrandaba los ojos brillaba perpetua humedad de lágrimas. ¿Qué habría en su alma? ¿Laxitud de pecadora cansada o nostalgia de castidad atropellada? ¿Marcela? Guapísima, juguetona, sensual, elegante, mimosa y zalamera hasta el punto de aparentar que se entregaba ilusionada; pero... la codicia en persona.

No comentó Sarto; pero también sabe dictar una carta muy zalamera. Tuve la misma idea y ya iba a rasgar el anónimo cuando noté unas líneas escritas al dorso: «Si el Rey duda, consulte al coronel Sarto...» ¿Eh? hizo el veterano asombrado. ¿Me toma por tan sandio como a usted?

Yo estaba temiendo un conflicto. Pero no lo hubo. Aquella misma noche se mudó el catalán de la casa. Aunque no tan asiduamente como antes, continuaba asistiendo a la tertulia de las de Anguita, cuidando, por supuesto, de salir antes de las once. Joaquinita seguía persiguiéndome con sus cuartos de hora de conversación zalamera, empalagosa.

No creas que me engatusas con tus bromitas, trapalona, zalamera... decía la señora, ya desarmada y vencida . Yo te aseguro que no me importa nada lo que has hecho, porque el dinero de Trujillete yo no lo había de tomar... Preferiría morirme de hambre, a manchar mis manos con él... Dáselo, dáselo a quien quieras, ingratona, y déjame a en paz; déjame que me muera olvidada de ti y de todo el mundo.

¿Un burro, señorito? ¿Un burro precioso? ¿Un burro mejor que los caballos? ¿Vamos a Aldeaparda? ¿Vamos a la Erbeda? Acercose Baltasar a las niñas de corto, y dijo a Nisita: ¿Una vuelta por el campo? A la chiquilla se la encandilaron los ojos, y soltando la pelota, echó los brazos al teniente con sonrisa zalamera.

¿Habría zalamera semejante? ¡Enfadarse Leto por tan poca cosa, cuando sería capaz!... Pidiérale ella que bebiera hieles para quitarla una pesadumbre, y hieles bebería él tan contento, y rescoldo desleído. No se atrevió a decírselo tan claro; pero como lo sentía, algo la dijo que sonaba a ello y le valió el regalo de una mirada que valía otra zambullida.

Como si quisiera indemnizarme del susto y de las injurias que me había dicho, ninguna noche estuvo tan cariñosa y zalamera. Tirándome por las manos y sonriendo con sus ojos llorosos aún, exclamaba: ¿No parece mentira que haya llegado a enamorarme de este modo de un gallego? No obstante, desde entonces había días en que me hacía padecer mucho con sus celos injustificados.

¡Había de marchar sin decirle adiós, señor!... ¿Qué idea tiene de ? exclamó la zalamera morenita anudando sobre la cabeza su pañolito de seda encarnada y retocándose los rizos frente á un espejillo mal azogado. Has de decirle á tu abuelo que si uno de los molares está casi inútil, como me mandó á decir, puede renovarlo y que me lo ponga en cuenta.