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Por recomendación de Schopenhauer, hemos venido a inscribir nosotros en la lista de los más notables filósofos a Baltasar Gracián, alguna de cuyas obras Schopenhauer ha traducido y ensalzado. El Criticón, v. gr., es para Schopenhauer un prodigio, y en todos los tratados de Gracián rebosa la filosofía. El Sr.

Físicamente tenía Baltasar mediana estatura, la tez fina y blanca, y de un rubio apagado el ralo cabello; pero la parte inferior de su fisonomía era corta y poco noble; la barbilla chica y sin energía, la boca delgada de labios, como la de doña Dolores.

Amparo, con su garganta tornátil gallardamente puesta sobre los redondos hombros, con los tonos de ámbar de su satinada, morena y suave tez, parecíale a Baltasar un puro aromático y exquisito, elaborado con singular esmero, que estaba diciendo: «Fumadme». Era imposible que desechase esta idea al contemplar de cerca el rostro lozano, los brillantes ojos, los mil pormenores que acrecentaban el mérito de tan preciosa regalía.

Ana, viuda a la sazón de su capitán mercante, que andaba allá por Ribadeo, se prestó gustosa a ser, en cierto modo, la dueña guardadora de la Tribuna. Por su parte Baltasar se apoderó de Borrén. Estaban aún los dos enamorados en el período comunicativo. ¿Te dio palabra de casarse contigo? preguntaba Ana a su amiga.

Esas libertades se las toman ustedes con las chicas de la Fábrica, que son tan buenas como cualquiera para conservar la conducta. ¿A que no hace usted esto con la de García, ni con las señoritas de la clase de usted? ¡Diantre! pensó Baltasar : no es boba.

En La cena del rey Baltasar se presenta, en forma dramática, la narración del profeta Daniel, fundamento de uno de los autos mejores de Calderón, pero sin rasgos brillantes que la recomienden.

A la primera impresión no ofrece más que rasgos graves, solemnes, místicos y de una vaguedad en la que el pensamiento se anonada, pero tienen huella del dedo todopoderoso que trazó sobre las paredes del palacio de Baltasar la sentencia de una monarquía, y, cosa maravillosa, permanecerán largo tiempo ininteligibles, tanto a los sabios como a los grandes de la tierra.

Pocos escritos me han encantado más, como divino ensueño poético, que las últimas áureas páginas del libro de Baltasar Castiglione, titulado El Cortesano.

Cerraban la marcha la viuda de García y doña Dolores, ésta carilarga y erisipelatosa de cutis, la viuda sin tocas ni lutos, antes muy empavesada de colores alegres. Los destellos del sol poniente, muriendo en las aguas de la bahía, alumbraron a un tiempo a Baltasar y a Amparo, haciendo que mutuamente se viesen y se mirasen.

Sin embargo, a medida que la luz de la pálida mañana entra por el ventanillo, vuélvele la memoria y la conciencia de misma. Llama a Chinto ceceándolo. ¿Qué quieres, mujer? Vas a ir corriendo al cuartel de infantería.... Parece que ahora no sale la tropa de los cuarteles. Bueno. Si no está allí don Baltasar, a su casa.... ¿La sabes? La . ¿Qué le digo?