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Actualizado: 1 de junio de 2025


Desfilaban los cleros parroquiales con sus áureas cruces; los seminaristas con la frente baja y los ojos en el suelo, cruzadas las manos sobre el pecho; y en toda la extensión de la plaza, a la luz de los cirios, que brillaban con más fuerza en el crepúsculo, veíanse dos filas interminables de deslumbrante blancura, compuestas por los rizados roquetes y las albas de ricas blondas.

Era el devoto afecto que se filtra y se cuela a menudo en el virtuoso corazón de los ancianos: amor sin deseo y sin vicio; lo que hasta llamándose platonismo escandalizaría al mismo que lo siente; Lo que es tan sutil, tan etéreo y tan limpio como aquel semidivino sentir que describe y pinta con rasgos luminosos el conde Baltasar Castiglione en las últimas áureas páginas de su Cortesano.

Los socialistas, que se las echan de protectores del pueblo, en realidad quieren robarle al pretender que el pueblo los vote gratis. ¡Falsos apóstoles!, como dice un colega... Cuando llegan las elecciones es como si llegara una cosecha milagrosa. Una cosecha de cereales, de salchichones, de chorizos y de cigarros de a peseta con áureas sortijillas.

Son las áureas notas una fuente de ledo murmullo o el enamorado arrullo de la tórtola: la Luna en la dormida laguna vierte miradas de plata, y en el éter y en las linfas palpita la serenata... ¡Y cómo en el aire flota la áurea nota! ¡Cómo brota, cual dice la dicha ignota, en el balsámico efluvio de noche primaveral! ¡Y cuán dulce y cuán sonoro, din dan, din dan , es el coro, din dan, din dan , de la campana de oro, que en su lengua musical celebrando está el misterio de la noche nupcial.

Bellísimos adornos, también de yeso, guarnecían los vanos de puertas y ventanas: los primeros en forma de arrabáa, haciéndose extensivos á las enjutas, en cuyos centros lucían escudos familiares ó áureas con cabezas de damas y guerreros, mientras que en las segundas aparecen adornadas en forma de marco.

Las imágenes que guardan en el hogar, en áureas urnas ó trasparentes fanales, las defenderían en un momento de peligro, con la misma bravura que los romanos defendían sus dioses penates. Para el tayabense no hay más cielo, más suelo, ni más techo que el suyo.

No obstante, pronunció la revolución tres palabras áureas que a todas sacaron de quicio: «¡No más quintas!». Hasta las mismas aldeanas abrieron ansiosamente el corazón y el alma para beberse la dulce promesa. ¡Si la república fuese, como decían diariamente los periódicos favoritos del taller, la supresión del impuesto de sangre, vamos, merecía bien que una mujer se dejase hacer pedazos por ella!

A este paraje apartado y romántico acuden todas las tardes los melancólicos fracasados de todos los ideales, los soñadores de las áureas apoteosis que han visto hundirse la leyenda de sus vidas en la bahorrina de la vulgaridad, en el vacío de un vivir abrumadoramente cotidiano.

En el piso bajo veíanse unas rejas, por entre cuyos hierro salían matas de tiestos, colocados dentro en una tabla. La casa hacía esquina, y el cuarto bajo a que correspondían las rejas tenía por la otra calle una tienda con dos vitrinas. Pero esto no se veía desde el balcón de Miquis, aunque se adivinaba, mirando un rótulo que en áureas letras decía: Castaño, ortopedista.

Pocos escritos me han encantado más, como divino ensueño poético, que las últimas áureas páginas del libro de Baltasar Castiglione, titulado El Cortesano.

Palabra del Dia

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