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«Cosmopolita cifra que concreta «Las utopias doradas del poeta «Y el ideal del genio pensador; «Efluvio poderoso de otros mundos, «Que haces brotar los gérmenes fecundos «En el limbo del surco de labor.

Se dió cuenta Lubimoff repentinamente de que ella, mientras hablaba, se había ido aproximando, de almohadón en almohadón, apoyándose en los codos. Casi estaba á sus pies, con la cabeza en alto, pretendiendo envolverle en el efluvio magnético de su mirada ascendente y fija.

Son las áureas notas una fuente de ledo murmullo o el enamorado arrullo de la tórtola: la Luna en la dormida laguna vierte miradas de plata, y en el éter y en las linfas palpita la serenata... ¡Y cómo en el aire flota la áurea nota! ¡Cómo brota, cual dice la dicha ignota, en el balsámico efluvio de noche primaveral! ¡Y cuán dulce y cuán sonoro, din dan, din dan , es el coro, din dan, din dan , de la campana de oro, que en su lengua musical celebrando está el misterio de la noche nupcial.

Acaso el instinto de cobardía propio de su raza les moverá a agazaparse breves minutos detrás de un arbusto o de una peña; pero al primer imperceptible efluvio amoroso que les traiga la cortante brisa; al primer hálito de la hembra que se destaque del olor de la resina exhalado por los pinares, los fogosos perseguidores se lanzarán de nuevo y con más brío, ciegos de amor, convulsos de deseo, y el cazador que los acecha los irá tendiendo uno por uno a sus pies, sobre la hierba en que soñaron tener lecho nupcial.

Sobre la oreja diestra, larga pluma de ave, color toronja; la bocamanga izquierda, revestida con una especie de malla o red de negras rayas, que no eran sino las huellas y rasgos de haber limpiado allí los puntos de la pluma. Emitía en la atmósfera un efluvio sombrío y pesimista, como si poseyese una zona de influencia nefasta.

Lo que a don Quintín le producía más turbadora impresión era el olor que de ella se desprendía: tal vez fuese perfume barato, pero a él se le antojaba efluvio de diosa.

Soledad era alta, gallarda, de tez trigueña, con pelo y ojos negros, boca de labios gruesecillos, tan rojos que parecían una flor de sangre; el seno levantado y firme, el talle esbelto, el andar airoso, las actitudes y posturas animadas por un encanto singular que se desprendía de su figura como un efluvio turbador y escitante: y en rara contradicción con este aspecto provocativo, era fría, indolente, predispuesta a la mansedumbre y la bondad, capaz hasta de ternura, pero refractaria al apasionamiento y la vehemencia, como si tuviese adormilados los sentidos y en su alma tranquila solo pudieran hallar eco los sentimientos dulces y apacibles.