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El toque sigue y no cesa y vibra en el alma opresa sordamente como un cuerpo que cayera en una huesa... ¡Din dan, din don , resuena en el corazón, din dan, din don , de la campana que dobla el lento y lúgubre són!
Son las áureas notas una fuente de ledo murmullo o el enamorado arrullo de la tórtola: la Luna en la dormida laguna vierte miradas de plata, y en el éter y en las linfas palpita la serenata... ¡Y cómo en el aire flota la áurea nota! ¡Cómo brota, cual dice la dicha ignota, en el balsámico efluvio de noche primaveral! ¡Y cuán dulce y cuán sonoro, din dan, din dan , es el coro, din dan, din dan , de la campana de oro, que en su lengua musical celebrando está el misterio de la noche nupcial.
Bien se puede apostar que a nadie se le ocurriría, en nuestro siglo, disculpar a San José de haber sido carpintero, y suponer que tenía Treses o Billetes hipotecarios. Ni por la nobleza de sangre se disculpaba la pobreza; antes el tener dinero ha sido en todos los siglos origen de hidalguía. Dineros son calidad, Más vale el din que el don, son refranes que corroboran mi aserto.
Din dan, din don , din dan, din don , dobla, dobla el són monótono, dobla el toque funeral, y el Rey espectro su gozo refina en este sollozo, en este intenso suspiro que en su giro remeda el doble augural que va recordando al hombre de su existencia el final.
Palabra del Dia
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