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Le repetía por lo menos una vez al día: «Eres mi ángel guardiánLe daba nombres tan dulces que, sin el testimonio de los espejos, hubiera creído tener veinte años. Algo es algo; y el peor marido no es despreciable más que a medias, cuando deja una dulce ilusión a su víctima.

¿Qué había de hacer don Paco sino ufanarse, enternecerse, derretirse y perdonarlo todo al oír tan dulces y apasionadas frases en tan linda y fresca boca? No sabía, sin embargo, qué decir ni qué hacer, y, como generalmente ocurre en tales ocasiones, dijo no pocas tonterías.

Pocos se van de las romerías sin algunos de estos dulces en un pañuelo, los cuales toman el nombre de perdones, por ser la ofrenda que los romeros hacen á su familia en recompensa de haberse quedado en casa mientras ellos se divierten.

El padre miró a Fernando con ojos dulces y protectores, como si un presentimiento le hiciese adivinar la realidad y lo considerase ya de la familia. El señor Kasper, que hasta entonces sólo había cambiado con Ojeda algunas palabras de cortesía, le habló con familiar confianza, haciendo elogios de su niña. «¡Esta Nélida!... Algo traviesa.

La voz de la institutriz, irritada en aquel momento, no dejaba de tener inflexiones dulces, aunque extrañas. Su acento era marcadamente extranjero. Me apieta, mamá, me apieta, repitió á grito pelado la niña, con creciente angustia. Cállese usted, mimosa, exclama el aya, cogiéndola por el brazo y sacudiéndola fuertemente.

Bien seguro estaba Pacorrito de haber hecho tilín á la dama. Esta le miraba, y sin moverse ni pestañear ni abrir la boca, decíale mil cosas deleitables, ya dulces como la esperanza, ya tristes como el presentimiento de sucesos infaustos.

Fingiéndote dormida, cual sonámbula audaz, en la alta noche, caminas abordando los abismos, y eres el albo escudo, protector de sagrados misticismos, y eres dorado broche del rosario oloroso de sampagas, emblema de virtudes femeninas, que adoran las dalagas nuestras dulces mujeres filipinas.

Al día siguiente, las madres de los novios hacían platos con los dulces esparcidos en la cama y los enviaban a las solteras del barrio con una flor de la corona.

Julio reconoció á Berta, que movía una mano, pero sin verle, sin saber en qué remolcador estaba, por una necesidad de manifestar su agradecimiento á los dulces recuerdos que se iban á perder en el misterio del mar y de la noche. «¡Adiós, consejeraEmpezó á agrandarse la distancia entre el trasatlántico que partía y los remolcadores que navegaban hacia la boca del puerto.

Entonces volvían todos los ojos hacia el rincón obscuro, donde el pobre compañero estaba en el trance de la muerte, lejos de los suyos y sin ayuda, y, acongojados los pechos, oíanse grandes suspiros. Eso es todo cuanto inspiraba a aquellos trabajadores del mar, pacientes y dulces, el sentimiento de su propio infortunio. Nada de sublevaciones ni de huelgas. ¡Solamente un suspiro!