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Y cuando baje la idea desprendida del celaje, volverá a fulgurar sobre otras frentes, para trocarse en frescos manantiales de futuros torrentes que llenarán el mar con sus caudales: correrá como inmensa catarata propulsora de ineptas voluntades, en cuyo albo remanso se retrata el vago porvenir de las edades... A JOS

El suelo, a la mañana tan puro y albo, era ya al mediodía charca cenagosa, en la cual chapoteaban los barrenderos y mangueros municipales, disolviendo la nieve con los chorros de agua y revolviéndola con el fango para echarlo todo a la alcantarilla.

Con sesgo rayo por la falda oscura A largos trechos el follaje tocas, Y tu albo resplandor sobre la altura En mármol torna las desnudas rocas. Y yo en tu lumbre difundido ¡oh luna!

Los regimientos de infantería que Desnoyers había visto en Berlín reflejando la luz en metales y correajes, los húsares lujosos y terroríficos, los coraceros de albo uniforme semejantes á los paladines del Santo Graal, los artilleros con el pecho regleteado de fajas blancas, todos los militares que en los desfiles arrancaban suspiros de admiración á los Hartrott, aparecían ahora unificados y confundidos por la monotonía del color, todos de verde mostaza, como lagartos empolvados que en su arrastre buscan confundirse con el suelo.

Cuando las necesidades del servicio hacían transcurrir junto a esta barrera a las camareras rubias, de limpio delantal y albo gorro, los mozos contemplativos parecían desesperarse y un rumor de palabra mascadas y de relinchos contenidos agitaba su cuerpo.

Uno de sus desahogos favoritos era encresparse la melena blanca, que debiera ser albo nimbo de su ancianidad. Con la voz temblequeante de despecho, inquirió: Y ¿le has ofrecido mi hija?... ¡Mi hija despreciada por ese advenedizo, un hijo de mala madre, ladrón, asesino!... Carmen cerró los ojos, se tapó los oídos, se encogió en su silla pequeña, toda confundida y horrorizada.

Fingiéndote dormida, cual sonámbula audaz, en la alta noche, caminas abordando los abismos, y eres el albo escudo, protector de sagrados misticismos, y eres dorado broche del rosario oloroso de sampagas, emblema de virtudes femeninas, que adoran las dalagas nuestras dulces mujeres filipinas.

Se perdían bajo las puertas, con una tiesura sacerdotal, los graves jinetes moriscos, arrastrando el albo alquicel anudado á la cabeza como una bola de nítida blancura, ó el manto purpúreo de aguda capucha, que les daba el aspecto de barbudos frailes rojos.

Temblaron las entrañas del monstruo, sacudidas. La noche se tiñó del sol de sus heridas. Y al despertar del sueño de siglos el titán, Buscó a las dulces vírgenes al pié de su albo lecho, Buscó a las flores hechas de todos sus vapores Para clavar ¡qué loco! sus garras en el pecho De vírgenes y flores. Cayeron. Y por ellas Lloró el coloso luego sus lágrimas de estrellas.

Una corona de cabellos blancos suaviza la tez subida de color; los ojos son los únicos que conservan en su majestuoso azul el reflejo de la pasada gloria. Lleva un gorrito albo y encañonado debajo del luengo velo de luto. Su acompañante es más alta, más estirada, menos accesible, como si recogiese en su enjuta persona de dama de compañía todo el orgullo y la altivez de que se despoja la señora.