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Actualizado: 18 de junio de 2025


De todos modos, dame ese brazalete exigió salvajemente, apretando los dientes, agarrándola por un brazo y tratando a la fuerza de desprender el broche de la joya. ¡Suéltame! gritó. ¡Bruto! ¡Suéltame! ¿Vas a robarme, después de haberme insultado?

Lo escrito en las hojas sueltas lo guardó el Padre dentro del libro de la nueva apología, y lo encerró bajo llave en el cajón de su bufete. La boda Don Jaime, entre tanto, había traído para la novia un hermoso traje, y collar y pendientes y broche muy ricos de diamantes y perlas. Doña Luz no pudo menos de reprenderle por esto.

El tío Frasquito, libre ya de temores, volvióse vivamente y arrastró hacia Jacobo un precioso caballete, sobre el cual descansaba un gran infolio, una especie de libro de coro, cuyas lujosas tapas eran una obra de arte, un mosaico acabadísimo, hecho sobre piel de zapa, con peregrinos dibujos y colores muy vivos, formando el todo un conjunto digno de competir con las más lujosas encuadernaciones antiguas que se admiran en la biblioteca del Vaticano; cerraba el libro un gran broche de acero calado, representando las armas de los Aldamas, rematadas por la corona ducal del jefe de la casa.

E impacientemente, rompió los sellos y sacó una gran hoja de papel escrita con letra muy junta, a la cual estaban ligados con un broche varios otros papeles. También cayó algo más del sobre, que yo recogí, y con gran sorpresa me encontré con que era una instantánea muy gastada y rajada, pero que se conservaba por estar adherida a un pedazo de lienzo.

Dicho esto, recibió respetuosamente el guante que le tendía la baronesa y lo aseguró en su gorra, con el mismo broche de oro que sostenía la ondulante pluma. Despidióse después afectuosamente de la dama anegada en lágrimas y poniendo su caballo al trote, seguido de los escuderos, tomó el camino del bosque.

De la virtud modesta de los lares Guarda el fuego sagrado en tus altares, De la familia cándida vestal; Que ese fuego que el casto hogar calienta Es la luz que nos guia en la tormenta De la vida, cual místico fanal. En los ardientes climas tropicales Con el rocío de una sola noche, La perfumada flor abre su broche Y al sol y al aire entrega su beldad.

Su chaqueta-blusa iba sujeta sobre el pecho con un broche, dejando ver la camisa y la faja. Un mantón obscuro de mujer descansaba sobre sus hombros como un chal, y para completar este atavío semifemenil, que contrastaba con sus facciones duras y morenas de moro, llevaba bajo el sombrero un pañuelo anudado en el mentón, con las puntas colgando sobre la espalda.

Cada pareja justará no menos de tres veces y la victoria será del partido cuyos campeones hayan triunfado en mayor número de encuentros singulares. El que más se distinga entre ellos recibirá el trofeo ofrecido por Vuestra Alteza, y el más diestro justador de los vencidos un broche de oro y piedras preciosas. ¿Doy la señal?

Su mórbida garganta se hinchaba hasta el punto de que parecía no poderla contener la gargantilla de gruesas perlas, con broche de diamantes, qué la ceñía, y la magnífica cruz que pendía de esta gargantilla, se levantaba y descendía á impulsos de la continua dilatación y compresión del casi desnudo seno de doña Catalina; sus hermosas manos cuajadas de cintillos, y sus brazos que dejaban descubiertos hasta la mitad, entre encajes de Flandes, las anchas mangas de su rico traje de brocado blanco, temblaban al hacer el plato á Quevedo.

El señor D'Orsel nos trataba a todos como a niños, incluyendo a su hija mayor, a la cual rejuvenecía por un cálculo de ternura complaciéndose en aplicarle nombres que recordaban el convento. La entrada del señor De Nièvres fue más fría y la vista de aquel cuatuor íntimo pareció causarle un efecto muy opuesto. No si fue realidad o aprensión, pero me pareció hallarle fatuo, seco, hiriente. Su conversación me desagradó. Con la corbata un poco alta, su vestido irreprochable, con un aire especial de hombre en traje de etiqueta que acaba de ofrecer una fiesta y se siente dueño de su casa, se parecía poco al cazador amable y sencillo que había sido mi huésped en Trembles; pareciome también que Magdalena, con el deslumbrante broche que llevaba sobre el pecho, con la cabellera salpicada de diamantes, no se asemejaba a la modesta e intrépida andarina, que un mes antes nos seguía recibiendo la lluvia y caminando con los pies metidos en el mar. ¿Se trataba de una simple diferencia de indumento o era aquello más bien un verdadero cambio de las almas?

Palabra del Dia

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