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ELOY. Quiero decir que nunca la había engañado hasta estos últimos tiempos. ¡Y algún mérito tenía el conservar esta constancia...! Soy diputado desde hace cinco años. ¡Excuso decirle las tentaciones que habré tenido que sufrir en los teatros subvencionados! Además, he redactado el informe de Bellas Artes. ¡Y he permanecido casto...! ¡Este hecho es único en los anales de Bellas Artes!

Pocos años después, la muerte cernía sus alas sobre el casto lecho de la noble esposa, y un austero sacerdote prodigaba a la moribunda los consuelos de la religión. Los cuatro hijos de Evangelina esperaban arrodillados la postrera bendición maternal.

Adoraba a Tónica, criatura endeble y graciosa, tal vez por la fuerza del contraste; pero cuando estaba en su casa no podía librarse de la «querencia» a la cocina, como decía Rafael, y allá iba a echar su párrafo, sin pasar nunca de ahí, pues Juanito era casto.

Había allí algo poéticamente sensual, cuya influencia era tanto mayor cuanto más puro era su origen. Lázaro tendió la vista en torno suyo, aspirando con fuerza aquel ambiente embriagador, cual si quisiera asimilarse algo de lo que la pertenecía. El espíritu y la materia, lo casto y lo lascivo, le hablaban embargando su alma y sus sentidos.

ASCLEPIGENIA. Para despedida, te permito que me des un casto beso en la frente. ASCLEPIGENIA. ¡Adiós, amadísimo Proclo! EUMORFO. ¿Sabes lo que digo, maestro? PROCLO. Di, y lo sabré. No quiero tomarme el trabajo de adivinar tus pensamientos. EUMORFO. Pues digo que se me van quitando las ganas de estudiar filosofía. PROCLO. ¿Y por qué? EUMORFO. Porque la filosofía vuelve tonto a quien la estudia.

Y por otra parte, si algo había en su mente y en su corazón de que, después de examinarlo, su conciencia pudiera tener escrúpulos, era un leve asomo de complacencia, al imaginar o al notar que, si no había triunfado pecaminosamente de aquel mozo por los sentidos, había logrado elevar su alma ya purificada hasta el alma de él, enlazándolas con amistoso y casto lazo.

Sus manos se buscaron y se apretaron tiernamente: sus cabezas se inclinaron para cambiar un beso casto. Historia de aquellos amores. Casto, . Quizá el primero en sus ya largos amores. Todo lo que de tierno y poético se desprendía de ellos, como un perfume, vino de pronto a embriagarlos, a hacerlos dichosos.

Era uno de esos amores que pocas mujeres consiguen. Un amor completo. Un amor hermoso. Una sola cosa podía haber contrariado á doña Clara, y entonces no la contrariaba aún. La dificultad de su enlace con Juan Montiño. Pero el amor de doña Clara era su primer amor. Ese amor casto, tranquilo, que no lleva consigo, que no se funda en el deseo de la posesión material del ser amado.

Fueron tantos sus muertos, que cuando estaban ya apiladas sus cabezas en el campo de batalla, no podia un ginete ver á su compañeroNuestros historiadores no hacen mencion de esta derrota; al contrario, pintan bajo el reinado de D. Alfonso el Casto muy crudamente escarmentados á los capitanes de Abde-r-rahman II en los acontecimientos de Galicia.

Hasta la anormalidad de ser otro distinto de su amante quien recibió su juramento, le pareció cosa conforme al estado de su espíritu, porque, en vez de sentir el terror que le inspiraba la idea de dejarse poseer, pudo complacerse en saborear mentalmente el casto placer de pensar que su porvenir y su vida estaban para siempre unidos a los de un hombre que la quería, y que, no pudiendo verla, no habla de fundar la pasión en sólo la hermosura.