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Detrás de la sonrisa forzada y triste de los trabajadores, un hombre observador podía leer bien claro la hostilidad. El cortejo de Salabert atravesó en silencio por medio de ellos, con visible malestar, los rostros serios, y con cierta expresión de temor. Las damas se apretaron instintivamente contra los caballeros. Al entrar en el parque murmuraron algunas: "¡Dios mío, qué caras!"

Su rostro gris se volvió de una palidez gredosa, sus ojos salieron de sus órbitas, y sus viejos y secos dedos apretaron como garras el papel que temblaba.

El chino, sin mirarlo, vio que estaba casi vacío; sin escudriñar el aposento, observó que estaba pobremente amueblado, y sin apartar su vista del techo, notó que la señora y Carolina vestían con la mayor pobreza. No obstante, debo confesar que los largos dedos de Ah-Fe apretaron de firme el medio peso que aquélla le alargó.

Dueños ya los Genoveses de la campaña, ordenadas sus haces llegaron á Galípoli; arrimaron sus escalas, tirando inumerables dardos, apretaron gallardamente el asalto, y mas, cuando vieron las murallas solo defendidas de mujeres. La resistencia mostró luego, que solo en el nombre lo parecian, y en el esfuerzo y constancia varones invencibles.

Sus hijos y su suegra, aunque sin gritar tanto como ella, vertían también abundantes lágrimas. Al oir este coro desgarrador, los tres marineros apretaron el paso, los vecinos de la calle salieron á sus balcones, y yo me decidí á seguir á mis conocidos hasta el desenlace de la escena, cuyo principio había presenciado.

Cuando subió al carruaje le apretaron la mano con gran afecto y le enteraron de las condiciones del duelo; a veinticinco pasos avanzando y disparando cuando quisieran. Aquel negocio era bastante más grave que todos los demás en que habían intervenido. Gonzalo los escuchó tranquilamente. Sólo indicó que hubiera deseado que fuese a sable: tendría gusto en hallarse más cerca de su adversario.

A la mañana siguiente se encontró curada de su melancolía y muy confiada en la infinita misericordia de DiosLos fieles se apretaron más en torno del púlpito para escuchar el ejemplo y gustaron con deleite su sabor novelesco. La novena terminó con una oración en latín. La muchedumbre rezó un Avemaría y un Credo. El clérigo bajó de la tribuna. Hubo fuerte y prolongado rumor en la iglesia.

Tanto apretaron en otros tiempos curas, frailes e inquisidores, que la máquina de la fe saltó en mil pedazos, y no hay quien arregle este artefacto, que requiere la cooperación de todos.... Y esto fue una fortuna, amigo don Martín.

Vino la noche. Fuímonos ahuchados a la postrera faldriquera de la casa. Mataron la luz; yo metíme luego debajo de la tarima. Empezaron a silbar dos de ellos y otro a dar sogazos. Los buenos caballeros, que vieron el negocio de revuelta, se apretaron de manera las carnes ayunas (cenadas, comidas y almorzadas de sarna y piojos), que cupieron todos en un resquicio de la tarima. Estaban como liendres en cabellos o chinches en cama. Sonaban los golpes en la tabla; callaban los dichos. Los bellacos, que vieron que no se quejaban, dejaron el dar azotes y empezaron a tirar ladrillos, piedras y cascote que tenían recogido. Allí fue ella, que uno le halló el cogote a don Toribio y le levantó una pantorrilla en él de dos dedos. Comenzó a dar voces que le mataban. Los bellacos, porque no se oyesen sus aullidos, cantaban todos juntos y hacían ruido con las prisiones.

Sus labios se apretaron convulsos contra los desnudos pies del Salvador murmurando palabras ininteligibles. Después de un largo rato alzó la cara bañada en lágrimas y exclamó con acento de dolor: ¡Jesús mío, cuánta traición, cuánta traición!... ¡Qué mal os pago el amor que me tenéis!... ¡Castígame, Señor, para que pueda tener sosiego!