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La brisa era cada vez más débil; íbamos avanzando despacio por la costa guipuzcoana.

Calmosamente deshizo su muleta, la extendió, avanzando así algunos pasos, hasta pegarse casi al hocico del toro, aturdido y asombrado por la audacia del hombre.

El asunto que me ha traído aquí, sólo a atañe contesté, haciéndole frente con repugnancia. Si le incumbe a mi esposa, yo tengo derecho de saberlo insistió. ¡Su esposa! grité, avanzando hacia él y dominando con dificultad el poderoso impulso que sentía de golpear y arrojar al suelo a ese joven rufián. ¡No la llame su esposa, hombre! ¡Llámela por su verdadero nombre: su víctima!

Deslizábase esta cortina río abajo y resurgía el Goethe a una niebla menos espesa, que transparentaba los perfiles lejanos como fluidas siluetas. Al poco tiempo, una nueva avalancha cegadora pasaba sobre el buque, y así iba avanzando éste, con rápidos tránsitos, de una obscuridad absoluta a una penumbra vaporosa y láctea.

Al final de uno de ellos, el punto luminoso que brillaba en el ojo de una cerradura le indicó el cuarto de Josefina. Avanzando entonces confiadamente, posó la mano temblorosa sobre el pasador de la puerta, y, seguro de la impunidad de su osadía, abrió de pronto.

«Calle usted, cicatero le contestó la joven avanzando hacia la mesa . Usted es el que la crucifica a ella, porque pudiendo darle todo lo que le pide, que bien de sobra lo tiene, no se lo da: y hace muy mal en atormentarla si piensa dárselo al fin». Vamos, usted se me ha pasado al enemigo.

Vamos a verlo dijo Castro avanzando hacia ella. ¡Eh, niño, alto! que yo soy de mírame y no me toques.... Bueno, si queréis tocad la espalda añadió generosamente. Y uno tras otro fueron poniendo la palma de la mano en la espalda de aquel hermoso animal que, efectivamente, casi quemaba.

Pocos instantes después llamaron á mi puerta, y mientras Luisa se perdía en la sombra, vi aparecer el solemne perfil del viejo notario. El señor Laubepin arrojó una rápida mirada sobre la bandeja donde yo había reunido los restos de la comida; luego avanzando hacia y abriéndome los brazos en señal de confusión y de reproche á la vez: Señor Marqués dijo, en nombre del Cielo, ¿cómo no me ha...?

Soledad necesitó de todas sus fuerzas para no caer al suelo. El coraje se las dió para seguir avanzando y llegar hasta la puerta de la tienda, que se hallaba abierta. Dentro no estaba más que su dueño, el padre de la Mercedes. Pero en un departamento contiguo, cerrado por cristales al exterior y que comunicaba con la tienda, sonaba el canto y la guitarra.

La muchacha siguió avanzando sin intimidarla los gruñidos amenazadores del perro. ¿Qué tienes, pobrecita? le preguntó Juanito. ¡Ah, señorito, qué desgracia tan grande para ! exclamó la mendiga con los ojos arrasados en lágrimas.