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Era demasiado listo, sin embargo, para dejar traslucir sus propósitos. Continuó en apariencia tan enamorado. Mantuvo a la Conchita en la ilusión de ser su última y definitiva querida. Hasta le dejó entrever algunos tenues y lejanos rayos de luz matrimonial.

El marqués andaba en extremo distraído, organizando una cazata a los lejanos montes de Castrodorna, más allá del río; el tiempo se aseguraba; las noches eran de helada, claras y glaciales; acercábase el plenilunio, y todo prometía feliz éxito.

Se dispuso la gente a lo largo del camino, de dos en dos; los más lejanos irían, avisando cuando apareciera la diligencia y replegándose junto a la venta. Martín y Bautista se quedaron con el Cura y el Jabonero, porque el cabecilla y su teniente no tenían bastante confianza en ellos. A eso de las once de la mañana, avisaron la llegada del coche.

Era como un retroceso a la edad en que estudió los primeros años de su carrera, y aun parecía que se renovaban en él las ideas de aquellos lejanos días, y con las ideas el encogimiento en el trato, la sobriedad de palabras y la falta de iniciativa.

Era cosa de caérsele á uno la baba el oir á dos marinos hablar entre en el caló, cuyas muestras he presentado; y si la conversación versaba sobre costumbres de lejanos países, como la costa de África, adonde iban algunos, ó Sierra-Leona, adonde los llevaban los cruceros ingleses, había para desternillarse de risa.

«¡Cuántas veces dice en un salón, brillante de luz, o en una mesa elegante y delicada, he oído decir a un hombre, culto, fino, bien puesto: tengo pasión por los viajes, y tomar su rostro la expresión vaga de un espíritu que flota en la perspectiva de horizontes lejanos; me ha venido a la memoria el camarote, el compañero, el órdago, la pipa, las miserias todas de la vida de mar, y he deseado ver al poético viajero entregado a los encantos que sueña!».

A pesar mío, mis ojos se dirigían hacia la zona iluminada que aparecía redonda sobre la boca de la sima; miraba con amor la guirnalda de verdura que adornaba el borde del pozo, las grandes ramas con su follaje superpuesto, que los rayos del sol doraban alegremente, y los pájaros lejanos volando con libertad por el azul del cielo.

Quiero, oh que revuelves conmigo los anales de estos lejanos tiempos, que conozcas al hombre privilegiado que embellece los dias pacíficos del reinado de Abde-r-rahman II, al genio incomparable que preside á todas las grandes innovaciones de la corte de Córdoba, á todas sus nuevas instituciones y á su progreso, para que juzgues si en un corazon entregado á semejante valido y al vértigo que él produce, pueden hallar acogida las doctrinas de abnegacion y sacrificio que los valerosos mártires cristianos estan llamados á mantener y propagar.

Levantó sus hermosos ojos hacia los verdes ramajes que se movían más allá de los ventanales, como si buscase en el ancho espacio la imagen del marido soñado y continuó con la mirada fija en los lejanos horizontes: No deseo ni un buen mozo, ni un hombre de mundo... Yo desearía que fuese joven mi marido, pero que su juventud estuviese hecha de entusiasmo, de ardor, de ternura... Que no tuviese nada de frivolidad, ni de las elegancias superficiales de los jóvenes de hoy.

«¡Ay! hermanos míos continuó el cura , ese antiguo negociante, el digno Kernok, era también un cordero alejado del redil. Ese cordero se encontraba también en países lejanos... y la Providencia le tomó por la mano.» ¡Por la pata! dijo el viejo Durand. ¡Mire que comparar al capitán a un cordero! dijo Grano de Sal poniéndose la gorra delante de la cara. Sin embargo, el predicador continuó: *