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La ciudad estaba dormida, el mar en calma, el aire diáfano, la atmósfera serena, y en el cielo brillaban millares de millones de estrellas. Cristeta se apoyó de codos en la barandilla y aspiró con delicia el aire que venía saturado de emanaciones salinas. En vano quería serenarse. El corazón le latía como avisando un peligro, y los oídos le zumbaban remedando una canción de amor.

El ingenio y el valor unidos triunfaron de todo: mal disfrazado á propósito y con poca cautela, despachó Martin Alonso á Córdoba un hombre avisando que viniesen sobre los moros la noche siguiente, y brindando á sus caballeros con una grande y fácil carnicería: salió bien la traza, porque el correo fué hecho prisionero, y temiendo por su declaracion el rey de Granada verse envuelto al otro dia por un ejército auxiliar, que en realidad no existia, resolvió apresuradamente aprovechar el tiempo que le quedaba para dar al lugar una embestida decisiva.

Habituados a verse, Jaime la saludaba con una sonrisa, y ella parecía contestarle tímidamente con el brillo de sus ojos. Una mañana, al salir de su cuarto, encontró a la inglesita en un rellano de la escalera. Inclinaba su busto de muchacho sobre la barandilla. ¡Liftlift! gritaba con su vocecita de pájaro, avisando al encargado del ascensor para que lo subiese.

Quiso entrar a su palacio por la puerta del corral, y subió cautelosamente las escaleras, pasando por la librería y avisando silencio a los criados que se adelantaban a recibirle. ¡Cuán hondo movimiento de fastidio produjeron ahora en su ánimo aquellos vastos salones, donde había aglomerado con obstinada pasión tanto objeto valioso, escogido y adquirido por él, en sus viajes!

Que la tarde antes á este avance llegaron dos indios de chasque, enviados del cacique Guayquitipay, avisando á los ya muertos, que nuestra armada habia marchado al rio Muyelec, en seguimiento de ellos, y que no hallándolos, tirabamos hácia la costa del mar: que eramos pocos, que se uniesen y nos acabasen, y que de los dos chasques el uno habia muerto en la sorpresa.

El viejo me explicó con detalles varias costumbres de pescadores, que yo ignoraba. Los pescadores me dijo suelen tener algunos señeros en el Izarra y en Aguiró, para que estudien los cambios atmosféricos. Si las señales son de bonanza, se lo indican a las llamadoras, que se encargan de ir avisando a los tripulantes de cada chalupa dando fuertes golpes en las puertas de sus casas.

Fué á gritar avisando su presencia, pero se contuvo, sintiendo un deseo que le hizo sonreir. ¡Si la sorprendiese en aquel piso superior, única parte de la casa que habitaba ella ahora! No dudó más... ¡Arriba! En el primer rellano vió varias puertas, pero una sola estaba sin cerrar y por ella salían los ecos de la canción y los golpes.

A la caída de la tarde iban llegando las mujeres, cansadas de todo un día de correteo por Madrid. Los estómagos vacíos estremecíanse al aproximarse estos mensajeros de la abundancia. Reconocíanlas los gitanos apenas llegaban a la cuesta de las Cambroneras. Por allí vienen la Buchichi y la Pique decían los que jugaban a los bolos, avisando a los maridos.

Una hora antes había enviado un mensajero á la Galería de la Industria avisando á Ra-Ra que viniese á esperar á Gillespie en la puerta más próxima. Tal vez era esto una imprudencia, pero ya no había tiempo para disponer algo mejor. El Gentleman-Montaña debía cuidar de que Ra-Ra conservase oculto su rostro y no incurriese en las audacias de otras veces.

Enviábale este aviso, según la costumbre, la dama que había hecho la guardia el día antes, y era esta una buena mujer, sencilla y piadosísima, que, desechando como terribles calumnias las voces que corrían, apresuróse a cumplir con su deber avisando a Currita y dejando al arbitrio de la dama el acudir o no acudir a la cita de Palacio.