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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Mi abuela, doña Celestina de Aguirre, no quería a mi padre; después de pasados muchos años la he oído hablar en contra de él. Es muy triste que el rencor de las personas alcance hasta los muertos; pero, ¿quién no tiene algo de podrido en el alma? Los motivos de mi abuela para no querer a mi padre eran un tanto lejanos. Mi padre había nacido en Elguea, pueblo rival de Lúzaro.
Recordarle a ella los hechos pasados, cuando su memoria, reavivada por el rencor, se los presentaba día a día, más patentes cuanto más lejanos, tenía razón, muchísima razón: era horrible, era injusto, era inicuo... ella no excusaba a Quilito, pero, en la situación en que se encontraba, había que salvarle, ¿de qué manera? veinticuatro horas hacía que estaba sufriendo esta tortura, y no halló más salida que esa, la más difícil... Y pensarlo bien, ¿no era más humillante que el pagaré cayera en poder de Esteven, quien podía creer que ella y el padre estaban complicados en el enjuague?
Esas curiosidades expuestas con rótulos en ese gran palacio triste constituían, efectivamente, un museo, conjunto melancólico de cosas traídas de países muy lejanos, separadas de su medio ambiente. El mismo veterano Sieboldt parecía que formaba parte de él por su aspecto extraño.
Al leer algun libro de viajes, no debemos buscar el capítulo de paises lejanos, sino de aquellos cuyos pormenores nos sean muy conocidos; esto proporciona el juzgar con acierto de la obra, y á veces no escasa diversion. Entónces se palpa la lijereza con que se escriben ciertos viajes.
Las columnas, junto de una de las cuales estaba yo de pie, se elevaban hasta arriba, apiñadas como altos árboles del bosque, dando pruebas del paciente trabajo de toda una generación de hombres; todas ellas talladas en la piedra viva, infinitamente durables, a pesar de la delicadeza de la obra, y transmitidas a nosotros a través de lejanos siglos de existencia.
El animal no se movía, pero levantaba la cabeza con estos gritos, lejanos recuerdos de un país que no volvería a ver. «¡Coronel!» Hasta que, volviendo la cabeza, vio a un hombre que le llamaba desde la barrera, y le acometió en línea recta. Pero en mitad de la carrera refrenó el paso y se aproximó lentamente, hasta tocar con sus cuernos los brazos tendidos hacia él.
Era de carácter alegre y cariñoso, y nunca podía negar nada a su hija Luisa, una niña recogida en tiempos lejanos de entre esos miserables heimatshlos herreros, caldereros sin casa ni hogar, que van de pueblo en pueblo reparando sartenes, fundiendo cucharas y componiendo la vajilla rota. Hullin consideraba a Luisa como hija propia, y había olvidado que pertenecía a una raza extranjera.
A falta de colores, había destellos. El suelo y el aire ardían como una iluminación universal. Luego, los contornos de los objetos, lo mismo los próximos que los lejanos, eran tan puros, tan claros, que algunos, como la Giralda, parecían dibujados en un gran lienzo con mano dura.
El alma refiere la sensacion al extremo del rayo visual; y como en el caso presente, no habria podido hacer comparaciones de ninguna clase, no tendria ningun motivo para colocar esos extremos, unos mas lejanos que otros, lo que constituye la tercera dimension.
Después de tantos años de paz, cuando nadie se acordaba de la existencia de las antiguas guerras, acababa de surgir una guerra. En Balmuff, uno de los Estados más lejanos y pobres, se habían sublevado el día anterior todos los hombres contra el gobierno de la Confederación, dirigidos por algunos jóvenes excéntricos de los que figuraban en el partido masculista.
Palabra del Dia
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