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¿Conque somos decididamente enemigos? dijo don Francisco. Aún hay un medio de entendernos. ¿Cuál? Entre mis bienes dotales, tengo yo hacienda cerca de Nápoles. ¡Oh! pues entonces... No puedes dudar de mi amor. Necesito una prueba. ¿Cuál? Permanece aquí, deja á mi cuidado el salvar á ese don Juan, y cuando esté en salvo, partiremos juntos. A don Juan no puede salvarle nadie más que yo.

Margarita se llena de espanto al verle, y prefiere la muerte a aquella libertad espantosa. Margarita se entrega resignada a las justicias divina y humana, y pide a los ángeles que la protejan contra su amado, que viene a salvarle la vida. El hombre a quien tanto ha amado le inspira entonces horror. Los ángeles dicen desde las alturas: ¡Está salvada!

Una mezcla de luz y de tinieblas, de grandeza y de polvo, de pasiones y de pensamientos generosos, que en su confusion y en sus desordenes, quedan en la inaccion o amenazan el destruirlo todo. La energia de su corazon era digna de animar elementos mejor combinados: va a perecer y quisiera salvarle. Hagamos una segunda tentativa; un alma como la suya merece muy bien el ganarla para el cielo.

Falleció de cólico miserere, y he de decir, en aplauso de Torquemada, que no se omitió gasto de médico y botica para salvarle la vida á la pobre señora.

La madre de don Fermín vivía en perpetua zozobra; pero no desmayaba. «Ya que él quería perderse, allí estaba ella para salvarle». Era lo principal visitar al Obispo, conseguir que la murmuración, la calumnia o lo que fuese, no llegara a su Ilustrísima. Doña Paula pasaba gran parte del día y de la noche en palacio.

¿Qué me importa? Nadie más soberbia que yo, y me humillaré, sin embargo, y besaré el suelo, si es preciso; se trata de Quilito que, por mi boca, va a pedir lo suyo. Para nada quiero: cáscaras comería, antes que poner los pies en esa casa. Y si nada consigo, me quedará la conciencia tranquila, por haber tentado todos los medios de salvarle.

Mi pobre cabeza se ha debilitado mucho con la soledad y con la pena, lo que, seguramente, me habrá hecho olvidar muchos detalles. Pero lo absolutamente cierto es que el señor de Sorege no era un amigo sincero del señorito Jacobo, al que envidiaba y que el día en que le vió perdido aparentó querer salvarle porque estaba seguro de no lograrlo. El viejo se calló.

Pues bien: ¡eso no es cierto; él no ha confesado nada! Yo he dicho una mentira. Pero ahora veo que ésta que yo creía mentira, es verdad, y usted misma, sin quererlo, o mejor dicho, queriendo lo contrario, me lo ha probado. Si hubiera sido mentira, usted se habría reído al oiría. Y, en cambio, ha temblado usted por él, y ha tratado de salvarle, aunque en vano...»

Ensueños y pesadillas, ya fúnebres ya sangrientos, danzaban delante de su vista, y se despertaba á cada momento nadando en frío sudor. Creía oir tiros, creía ver á su padre, su padre que tanto había hecho por ella, luchando en los bosques, cazado como un animal porque había vacilado en salvarle.

Don Pascual, creyendo hacer un bien a sus amigos, había revelado a don Andrés los celos y la desesperación de don Paco, causa de su fuga; lo que a don Paco había ocurrido en sus dos días de campo; el amor de Juanita, tan enamorada de él como él de ella, y el sentimentalismo de Juanita en favor de Antoñuelo y su deseo vehemente de salvarle hallando los ocho mil reales para tapar la boca del tendero murciano.