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D. Francisco; una organización excepcional para las matemáticas, un genio que sin duda se trae fórmulas nuevas debajo del brazo para ensanchar el campo de la ciencia. Acuérdese usted de lo que digo: cuando este chico sea hombre, asombrará y trastornará el mundoCómo se quedó Torquemada al oir esto, se comprenderá fácilmente.

Torquemada se hubiera escondido en el centro de la tierra para no oír tal grito: metióse en su despacho sin hacer caso de las exhortaciones de Bailón, y dando á éste con la puerta en el hocico dantesco. Desde el pasillo le sintieron abriendo el cajón de su mesa, y al poco rato apareció guardando algo en el bolsillo interior de la americana. Cogió el sombrero, y sin decir nada se fue á la calle.

En un lado divisé el castillo de Dueñas, donde se verificó el casamiento de Doña Juana la Loca; en otro el castillo de Tariego, al que se acogió el Rey D. Ramiro después de una derrota; allá Torquemada, cuna de Zorrilla; acá el pueblo de Baños, donde los tomaba el Rey Recesvinto; por una parte, fábricas de harinas, también históricas, como que fueron teatro de los famosos incendios de 1856; por otra, los productivos campos de Castilla la Vieja, que se parecen al carácter de sus habitantes en que, sin galas ni lujo de expresión, dan lo que prometen y es una verdad lo que producen.

Doña Lupe trabajaba en préstamos por pura afición que le infundió Torquemada, y sin sobrino y sin necesidades habría hecho lo mismo. Cuando vinieron los años bonancibles y el capitalito de la viuda ascendió a dos mil duros, iniciose un periodo de buena suerte que debía de ser pronto increíble prosperidad.

Perfectamente bien dijo la señora observando con ansiedad el semblante de Torquemada . ¿Y en casa? No hay novedad, a Dios gracias. Doña Lupe esperaba aquel día noticia de un asunto que le interesaba mucho. Como siempre se ponía en lo peor para que las desgracias no la cogieran desprevenida, pensó, al ver entrar a su agente, que le traía malas nuevas. Temió preguntarle.

El guano, como decía Torquemada, no podía menos de dulcificarla; y llegándose a donde estaba el delincuente, que no se había movido de la butaca, le puso una mano en el hombro, empuñando fuertemente en la otra los billetes, y le dijo: «No, no te sofoques... no es para tomarlo así. Yo te digo estas cosas por tu bien...».

Al camposanto es á donde tu vas prontito pensó Torquemada; y luego en alta voz: , eso es cuestión de ocho ó diez días... nada más.... Luego, saldrá usted por ahí... en un coche.... ¿Sabe usted que la buhardilla es fresquecita?... ¡Caramba! Déjeme embozar en la capa. Pues asómbrese usted dijo el enfermo incorporándose. Aquí me he puesto algo mejor.

¡Ahora! ¿Por qué ahora? preguntó Torquemada con ansiedad muy viva. Pues... qué yo.... Me parece que Dios le ha de favorecer, le ha de premiar sus buenas obras.... ¡Oh! si mi hijo se muere afirmó D. Francisco con desesperación, no qué va á ser de .

Maximiliano, al oír esto, estaba profundamente embebecido, mirando el retrato de Rufinita Torquemada. La veía y no la veía, y sólo confusamente y con vaguedades de pesadilla, se hacía cargo de la actitud de la señorita aquella, retratada sobre un fondo marino y figurando que estaba en una barca. Vuelto en , pensó en defenderse; pero no podía encontrar las armas, es decir, las palabras.

¿Se ha sacado usted el premio gordo, por vida de...! exclamó Torquemada con grosería D. Juan, no gaste usted bromas conmigo.... ¿Es que duda de que le hable con seriedad? Porque eso de que no le hace falta.... ¡rábano!... ¡á usted que sería capaz de tragarse, no digo yo este pico, sino la Casa de la Moneda enterita... D. Juan.