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En días sucesivos leyeron con las cabezas juntas, como los amantes adúlteros del poema dantesco. «¡Qué hermoso! exclamaba ella . ¿Y dices que esto tiene miles de años? ¡Si es de lo más moderno! ¡Si parece de ahora!...» Llevada de su caprichosa imaginación, lamentaba que las palabras nobles y melancólicas de Prometeo no fuesen acompañadas de música. «Una música de Wagner, ¿me entiendes?, de nuestro amado don Ricardo... O mejor de Beethoven: algo así como la Novena sinfonía». Fernando recordaba la escena que los había hecho comulgar a los dos en el estremecimiento de la admiración.

Torquemada se hubiera escondido en el centro de la tierra para no oír tal grito: metióse en su despacho sin hacer caso de las exhortaciones de Bailón, y dando á éste con la puerta en el hocico dantesco. Desde el pasillo le sintieron abriendo el cajón de su mesa, y al poco rato apareció guardando algo en el bolsillo interior de la americana. Cogió el sombrero, y sin decir nada se fue á la calle.

...Aquí realizaría el ideal de mi vida pensaba Melchor, en la más pequeña de estas propiedades pasaría toda mi vida, reducido al trato de los míos... mis padres... mis hermanos... Clota... los hijos que tuviéramos... todos viviendo la vida sana y pura del campo... ¡Y pensar que los dueños de estas estancias sólo vienen a pasar breves temporadas en ellas cuando los arroja de la ciudad la prescripción imperiosa de la crónica social que publican los diarios!... ¡Ah!... ¡es toda una tiranía la vida moderna!... Vanidades que no tienen nombre... exigencias que no tienen ningún fin moral... Absurdas necesidades que no conducen más que a sacrificios improductivos... una desenfrenada carrera por aventajar al que va delante... ¡y el poder arrollador de ese vértigo dantesco en que todos vivimos pagando en lágrimas y en angustias y en ruindades y en bajezas nuestro tributo miserable y estéril!... ¡Y cómo al alejarnos de ese ambiente vemos la densidad de las sombras que lo envuelven!... ¡Cuántos hombres lacerados por la envidia... abrumados por el pesar de obligaciones anonadadoras y contraídas con el solo fin de pagar dos líneas de esa crónica social!... ¡Cuántas energías malogradas... y cuánto sacrificio sin provecho!... ¡Superficialidad y mentira!... ¡mentira en todo!... La mentira contumaz en la sociedad entera... porque no somos una sociedad en que se mienta más o menos... ¡somos una sociedad que miente!... Si casi no hay un sólo hogar de alguna apariencia en que no impere la mentira... Los padres simulan una capacidad económica de que carecen... los hijos fingen una educación que no tienen... ¡mienten!... las hijas gastan lujos que no han pagado... mienten... las señoras... las señoras... las señoras...

Y allí, por último, sobre el dicho retablo, en el cascarón de la bóveda, hay un Juicio final, verdaderamente dantesco, que parece concebido por Giotto. ¡Aquel grupo de resucitados blancos que sube hacia la diestra del Dios Padre, y aquel otro grupo de resucitados negros que marcha lúgubremente por la siniestra, son interesantes y bellos hasta lo sumo para los que en el arte buscamos algo más que forma ó postura académica y realidad anatómica!