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Es esta ciudad triste y oscura; por de fuera negra, por dentro negrísima; suelos negrales, paredes negrunas, habitadores negrazos y oficiales negretes. Generalizada la navegación de las Indias, ninguna persona embarcaba, con todo, sin haber hecho testamento y sin confesar y comulgar la víspera.

Empezaba una misa en el altar de la Virgen, y Elena la oyó con un recogimiento inaudito, sin levantar los ojos hasta el momento en que se aproximó a comulgar. No puedes figurarte, amigo mío, el celestial candor de aquella cara extasiada y transfigurada. Veíala de perfil; el horrible sombrero y todas las grotescas fealdades habían desaparecido.

En días sucesivos leyeron con las cabezas juntas, como los amantes adúlteros del poema dantesco. «¡Qué hermoso! exclamaba ella . ¿Y dices que esto tiene miles de años? ¡Si es de lo más moderno! ¡Si parece de ahora!...» Llevada de su caprichosa imaginación, lamentaba que las palabras nobles y melancólicas de Prometeo no fuesen acompañadas de música. «Una música de Wagner, ¿me entiendes?, de nuestro amado don Ricardo... O mejor de Beethoven: algo así como la Novena sinfonía». Fernando recordaba la escena que los había hecho comulgar a los dos en el estremecimiento de la admiración.

Al día siguiente por la mañana, iban a confesarse uno por uno al oratorio, y desde allí a comulgar a la iglesia de San Martín. El cura era muy aficionado a imponer penitencias extrañas y severas.

«Después de todo, era una tontería haber dado aquel desaire a la Marquesa, estando decidida a no comulgar al día siguiente. Pero, ¿y por qué no había de comulgar? ¿Era ella una beata con escrúpulos necios? ¿Qué tenía que echarse en cara? ¿En qué había faltado?

En consecuencia, la esposa del vidriero, mujer de buenas intenciones y que no era aficionada a mentir y cuya casa era una de las más ordenadas de la aldea, se mostró dispuesta a declarar que, tan cierto como que había de comulgar para la próxima Navidad, que había visto unos grandes aros, de la forma del creciente de la luna nueva, en las dos orejas del buhonero.

Pues pensaba ir a pasar con ellos todo el mes de agosto y quedarse allí hasta el 8 de septiembre, para hacer con toda la familia la novena de la Virgen de Regla... Luego venían las preguntas sin fin, después los encargos sin cuento, y, a lo último, el trueno gordo, lo que había de hacer estallar de gozo y de consuelo el corazón de su pobre viejecita... El día 3 de julio, aniversario de la muerte de su padre, iría a confesar y comulgar, para solemnizar en lo posible aquella tristísima fecha.

Le vi vacilar un instante, pero no cayó. Permaneció clavado al suelo, inmóvil y rígido, como una estatua de cementerio. Poco después de comulgar se aumentó la disnea, y a las diez y cinco minutos de la noche expiró la bella Raquel, del modo más inesperado, en la flor de la juventud, cuando una fortuna cuantiosa iba a caer en sus manos.

Sin embargo, ¿no hubiera sido poner en berlina a don Víctor sin por qué ni para qué, puesto que ella le era fiel de hecho y de voluntad y se lo sería eternamente? Y con todo, debió haber especificado más en aquella parte de la confesión. ¿Estaba bien absuelta? ¿Podría comulgar tranquila al día siguiente?

Desde la edad de doce años, en que la llevaron a comulgar por primera vez, no había vuelto a verse en otra como aquella, y con la impresión recibida retrogradaba su pensamiento a la infancia, llegando hasta adormecerse por breves momentos en la ilusión de que era niña inocente y pura, y de que, como entonces, ignoraba lo que son pecados gordos.