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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Esos días, decía, Domingo subía a su despacho; es decir, retrogradaba veinticinco o treinta años y revivía su pasado durante algunas horas.
Desde la edad de doce años, en que la llevaron a comulgar por primera vez, no había vuelto a verse en otra como aquella, y con la impresión recibida retrogradaba su pensamiento a la infancia, llegando hasta adormecerse por breves momentos en la ilusión de que era niña inocente y pura, y de que, como entonces, ignoraba lo que son pecados gordos.
Pero la amante, arreglándose el pelo ante el espejo, hablaba con una frialdad fingida, temblándole la voz. «Vístete... Vámonos pronto. ¡Y pensar que una noche como ésta tengo que ir con tía al Real!... ¡Qué rabia!» Un estrépito de metales golpeados arrancó a Ojeda de su ensimismamiento. Esta impresión le hizo temblar, mientras su memoria retrogradaba al presente.
Más que el miedo a ser sorprendido, le había molestado lo ridículo de esta situación. ¡Qué cosas llegaba a hacer un hombre serio influenciado por aquella vida de a bordo, que retrogradaba las gentes a la niñez!... El miedo al ridículo despertó su conciencia por una acción refleja, haciéndole ver la imagen de Teri que le contemplaba con ojos crueles y un rictus desesperado...
No era un enredo vulgar para satisfacción del sexo: era una pasión que endulzaba el ocaso de su madurez y le hacía soñar y sentir á los cincuenta años, con una intensidad que le retrogradaba á la juventud. Y con arrobamientos de adolescente, recreándose en el relato, recordó toda la novela de su amor.
Palabra del Dia
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