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Actualizado: 26 de junio de 2025


Otras veces veíala nacer por partes, asomando ahora un miembro, luego otro, hasta que toda entera aparecía en el reino de la luz. Bringas las acariciaba, prestándoles aquella atención de hombre práctico que no excluía en él las desazones espasmódicas de la creación genial. Contando mentalmente, decía: «Goma laca: dos reales y medio.

Veíala yo desde las ventanas de mi cuarto, sentada, con el libro o el rosario en la mano, sobre un poyo de madera adosado a un cerezo que domina el zarzal, cuyas negras ramas, cuajados de fruto, se inclinaban sobre su cabeza.

Veíala entonces o por lo menos así me gustaba verla, triste y muy sinceramente afligida, pero no colérica, escuchándome con la compasión de una amiga impotente para consolarme y por elevación de espíritu y por indulgencia, dispuesta a compadecerse de aquellos grandes males efectivamente irremediables.

Veíala mirarle de hito en hito, levantar después los ojos a las copas de los añosos robles, y se había dicho: «Esta mujer me está midiendo; me está comparando con los árboles y me encuentra pequeño; ¡ya lo creo!». Lo que no sabía don Álvaro, aunque por ciertos síntomas favorables lo presumiese a veces su vanidad, era que la Regenta soñaba casi todas las noches con él.

Veíala en las nubes de la tarde dibujarse cual vaga fantasía, aspiraba su aliento en los aromas que el viento me traia. Sentia su contacto léjos de ella, y al sentirlo, mi sér se estremecia, y cerraba los ojos para verla más clara y más distinta.

Veces veíala aparecer detrás de las vidrieras; veces, conviniéndose de antemano por intermedio de Casilda, salía de la ciudad e iba a sentarse sobre un canto, frente al lienzo de muralla que correspondía a su mansión, hasta verla asomar entre almena y almena. La víspera de la partida Ramiro pasó más de una hora en aquel sitio, esperando que Beatriz apareciera sobre la torre.

Veíala aparecer en uno de los balcones de la antigua casa en que vivía o asomado el rostro risueño y sonrosado detrás de los cristales; linda como nunca, llena de juventud, perfumada de gracia y de castidad.

Empezaba una misa en el altar de la Virgen, y Elena la oyó con un recogimiento inaudito, sin levantar los ojos hasta el momento en que se aproximó a comulgar. No puedes figurarte, amigo mío, el celestial candor de aquella cara extasiada y transfigurada. Veíala de perfil; el horrible sombrero y todas las grotescas fealdades habían desaparecido.

El ánimo os persigue embebecido, altérase el aliento acompasado y el corazon redobla su latido; una lágrima ensancha el pecho ahogado, surge, tiembla en el párpado encendido y cae... ¡Al alma se la habeis robado! Columpiarse veíala en mis sueños al blando soplo de la dulce brisa, y llegaba su voz hasta mi oido clara y distinta.

La imagen de Blanca me atraía involuntariamente: veíala andar y detenerse burlonamente en mi camino como dándome tiempo para alcanzarla, y cuando creía tenerla cerca, la visión desaparecía dejando en mi sueño el surco luminoso de su vestido rojo que parecía disolverse en el aire en deslumbrantes e impalpables copos de fuego.

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