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Si vengo del Pavol; he querido absolutamente venir sólo a buscarte. ¿No te recuerda nada este jardín humedecido, Reina? No respondí directamente a su pregunta; sólo le dije: Pero vos... tenéis un triste recuerdo del Zarzal... ¡Cómo! Nunca he pasado rato más delicioso. ¡Oh¡ repuse mirándole solapadamente, si mi tía era horrible.

Después de haberse reconfortado de la sacudida con un poco de aguardiente y muchos juramentos, se dirigió lo más pronto posible a un zarzal que estaba a su derecha. Se le ocurrió que atravesando por allí encontraría medio de dirigirse a Batterley sin correr el riesgo de encontrar a ninguno de los cazadores.

Al día siguiente, mis inquietudes habían desaparecido a pesar de todo, pero por la tarde recibí una larga misiva de mi cura, llena de buenos consejos y con este final: «Reinita: tu carta ha venido a consolarme y alegrarme en mi soledad, te ruego que no te canses de escribirme. No que hacerme sin ti, y no voy al Zarzal, de miedo de llorar como un niño.

Mi tía iba algunas veces a C *, la ciudad más próxima al Zarzal. Pero como yo deseaba ardientemente acompañarla, no me llevaba nunca. Los únicos acontecimientos de nuestra vida eran la llegada de los arrendatarios que venían a pagar censos y arrendamientos y las visitas del cura. ¡Oh, qué excelente hombre era mi cura!

Cuando la señorita se apartaba del zarzal, D. Manuel acertó a ver a la Nela a punto que esta había caído completamente de su burro, y dirigiéndose a ella, gritó: ¡Oh!... ¿aquí estás ?... Mira, Florentina, esta es la Nela... recordarás que te hablé de ella. Es la que acompaña a tu primito... a tu primito. ¿Y qué tal te va por estos barrios?... Bien, Sr.

«Llegó un día dijo Guillermina, suspendiendo su labor, para contar el caso a varios amigos de Barbarita , en que las cosas se pusieron muy feas. Amaneció aquel día, y los veintitrés pequeñuelos de Dios que yo había recogido y que estaban en una casucha baja y húmeda de la calle de Zarzal, aposentados como conejos, no tenían qué comer.

Procuraba distraerme por todos los medios a su alcance y dándose el trabajo de venir todos los días al Zarzal, prolongaba indefinidamente la lección. Estábamos sentados junto a la ventana. Mi tía, enferma desde algún tiempo, permanecía en su cuarto; yo andaba por las nubes y el cura se afanaba en explicarme mis problemas.

Felizmente no se trataba de horca ni de guillotina, porque mucho me temo que en presencia de ellas, probablemente habría flaqueado mi estoicismo. Hago lo mismo que , Blanca, espero. Yo no tengo la suerte de mi lobezna del Zarzal respondiome sonriendo, ¡cinco pedidos a la vez: figúrate! No me hables más de esto, te ruego; el recordarlo me fastidia, me oprime, me asfixia.

Usted la ha enterrado en el Zarzal, no le ha dado nunca la menor distracción, y puedo decir que sin mi hubiera crecido y vegetado en la ignorancia y el embrutecimiento, como una planta salvaje y enervada. Le repito que es preciso escribir al señor de Pavol. Esto es demasiado exclamó mi tía, furiosa; ¿no soy yo el ama en mi casa? Salid, señor cura, y no volváis a poner los pies aquí.

Gustábame recorrer sola los senderos del bosque y permanecía durante horas enteras junto a la cascada, recordando nuestra última entrevista y pensando en lo que haría si me le viese aparecer alegre y encantador, con aquella expresión en los ojos que me había agradado tanto en el Zarzal y que después no había vuelto a ver brillar para .