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Actualizado: 7 de junio de 2025
No quiero que una sobrina mía adquiera hábitos y maneras, que si se pueden excusar hoy por sus pocos años, mañana la podrán hacer pasar por... ¡hum! ¿Por qué, tío? El señor de Pavol tuvo un violento ataque de tos. ¡Hum! por una mujer criada en las selvas, o algo por el estilo. Y tal apreciación no iría muy descaminada, puesto que el Zarzal y una selva son la misma cosa.
Por cierto, y está muy deseosa de conocerte. Dirigiome mi tío algunas preguntas acerca de mi tía, y de mi vida en el Zarzal; luego tomó un diario y no abrió la boca hasta llegar a V *. Subimos entonces en un landó tirado por dos caballos, que debía conducirnos al Pavol.
Un sencillo terraplén de cinco pies de alto, dejando crecer encima todo género de vegetación fortuita, un zarzal. Detrás de ese terraplén ha brotado una hilera de olmos bastante robustos que dieron abrigo á los demás.
Me gustaría tanto haceros admirar el castillo y sus jardines tan bien arregladitos y tan poco parecidos al Zarzal. Todo está en orden, hasta en sus más mínimos detalles, y de veras, me creo en el paraíso terrenal.
No nos hagamos ilusiones, mi pobre cura; a pesar de vuestra admiración por ciertos vestidos míos, he llegado aquí hecha un mamarracho, un mamarracho horrible. «¡Cuán agradable cosa es una ciudad! Me he extasiado y maravillado ante las calles, las tiendas, las casas, las iglesias, y Blanca se ha reído de mi, porque ella llama a V * una bicoca. ¡Qué diría del Zarzal!
En dos días no vino al Zarzal el cura; entristecime yo por haberle fastidiado tanto, y el tercer día me encaminé hacia la casa parroquial, para disculparme. Le hallé en la cocina, frente a un frugal desayuno al que hacía los honores con tantos bríos como apetito. Señor cura le dije en tono relativamente humilde, ¿estáis enojado? Algo, Reinita, algo; no quieres hacerme caso nunca.
Cuando volví a casa, a eso de las cuatro, subí al corredor del primer piso, y con la cara pegada contra un vidrio, me entretuve en seguir con los ojos el movimiento de las nubes que se amontonaban sobre el Zarzal y nos traían la tormenta anunciada por Susana.
Y entonces ¿por qué no me disteis la mano al entrar? Es que según la etiqueta la iniciativa os correspondía, señorita. ¡Ah! ¿la etiqueta? Sin embargo, en el Zarzal, no os acordabais de ella. Estábamos en condiciones especiales, y bien lejos de la sociedad, por cierto, respondió sonriendo. ¿A caso la sociedad prohíbe que seamos amables?
Con todo, pronto el interés que me inspiraban mis novelas, fue desvanecido por un acontecimiento sorprendente, inaudito, que acaeció en el Zarzal, algunas semanas después. Uno de esos acontecimientos que no conmueven las bases de los imperios, pero que siembran perturbaciones en el corazón o en la imaginación de las jóvenes. Era un domingo.
Mi tía y Susana surgieron delante de él, y certifico que desde ese instante tuve la más favorable opinión a cerca de su valor, pues no demostró ningún espanto. Saludó levemente, y luego comprendí por sus gestos que habiéndole asustado el cielo amenazante, pedía permiso para guarecerse en el Zarzal.
Palabra del Dia
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