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Y él me besó mientras yo dormía, en vez de matarme, como yo merecía de veras. Vino a darme de puñaladas y me dió besos de amor, y lloró de ternura, y me halló hermosa y me contempló extasiado. Paco, hermano mío; corre, ve al Ministerio, ve a todas partes, búscale; díle que le amo; tráele vivo a mis brazos; devuélvemele para que me perdone. ¿Qué haré, Jesús mío? ¿Qué haré?

Morsamor reposaba al lado de Urbási en la repuesta alcoba. La tenue luz de una lámpara, que ardía en vaso de diáfana porcelana, iluminaba suavemente el hermoso rostro y las gallardas y juveniles formas de la mujer dormida. Morsamor se despertó y se puso a contemplarla extasiado.

Y mientras ella habla, el salvaje errante la contempla extasiado, como blanca aparición que le revela la existencia en el mundo de algo más que la fuerza y la lucha. Es el amor que le habla.

El autor ha tomado los suyos, y los amigos, que han comido con él, le tranquilizan, asegurándole que si el drama fuera malo se lo hubieran dicho francamente en las repetidas lecturas que se han hecho previamente en casa de éste o de aquél. Todo lo contrario: se han extasiado: y no es decir que no lo entiendan.

Toda la noche se hubiera estado el animalejo mira que te mirarás, con aire de desafío, sin bajar la mirada; «le conocía bien; era muy aragonés. ¡Y cómo se parecía a Ripamilán!». Siguió adelante. Quiso ver la codorniz; pero la salvaje africana se daba de cabezadas, asustada, contra el techo de lienzo de su jaula chata y la dejó tranquilizarse. Ante el reclamo de perdiz quedó extasiado.

Ricardo quedó extasiado ante el espectáculo que se ofreció a su vista. Estaban frente al mar, en medio de una playa rodeada de altísimos peñascos cortados a pico. Parecía imposible salir de ella sin arrojarse a las olas, que venían majestuosas y sonoras a desplomarse sobre su dorada arena festoneándola con sábanas de espuma.

Nunca se aparta de aquí, del corazón; la luna hería con moribunda luz tu frente hermosa, y de la noche el aura silenciosa nuestros suspiros tiernos confundía. «Nadie cual yo te amómil y mil veces me dijiste falaz: «Nadie en el mundo como yo puede amar»; y yo, insensato, fiaba en tu promesa seductora, y feliz y extasiado en tu hermosura, con mi esperanza allí me halló la aurora. ¡Quimérica esperanza! ¡Quién diría que la que tanto amor así juraba, juramento y amor olvidaría!

Rafael contempla extasiado un cuadro antiguo de raro mérito; en la escena, el sol se ha ocultado en el ocaso, las sombras van cubriendo la tierra, descúbrese en el firmamento el cuadrante de la luna, y algunas estrellas que brillan como antorchas en la inmensidad de los cielos.

En sus hermosos ojos brillaba una lágrima. Don Juan la contemplaba extasiado: creía á cada momento que su amor no podía crecer, y sin embargo, á medida que se iba revelando el alma de doña Clara, su amor crecía. La joven continuó: La muerte de mi madre fué mi primer dolor.

Al crecer, la chicuela no dejó de apercibirse de la impresión que producía en Juan, que permanecía extasiado ante su gentil personita, y supo darse aires dignos de una pequeña princesa acostumbrada a mandar y que quiere ser obedecida. Juan, se sometía, sin vacilar, a sus caprichos más fantásticos o imaginaciones más locas.