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A todo esto, no sabíamos a punto fijo lo que había dentro. Al día siguiente, a media tarde, comenzamos a ver la costa africana; una costa baja, de arena que brillaba al sol, con alguna colina de trecho en trecho. Debíamos estar cerca, por lo que dijo el capitán, de la colonia española de Río de Oro; se veía alguna que otra cabaña de moros salvajes y desharrapados.

El orientalista D. Miguel Casiri tradujo y anotó esta inscripcion, dando algunas noticias interesantes sobre la lengua africana mixta de árabe en que está concebida. Capilla de S. Simon y S. Judas.

La huerta se había enterado de que en la antigua barraca de Barret el único objeto de valor era una escopeta de dos cañones, comprada recientemente por el intruso con esa pasión africana del valenciano, que se priva gustoso del pan por tener detrás de la puerta de su vivienda un arma nueva que excite envidias é inspire respeto.

Y no porque la coquetería desplegada en los disfraces llegase al grado que alcanza entre la gente de alto coturno que asiste a bailes de trajes y suele reflexionar y discurrir días y días antes de adoptar un disfraz habiendo señorita que se viste de Africana por lucir una buena mata de pelo, o de Pierrette por mostrar un piececito menudo ; no por cierto.

Es al llegar á la entrada misma del golfo de Algeciras que se tiene la idea exacta de aquella península de granito, avanzada en punta hacia el sur y bruscamente empinada como un castillo ciclópeo, cual si quisiese al mismo tiempo penetrar en el flanco de la tierra africana y hundir su parda cabeza en el éter para lanzarle á Europa las primeras reverberaciones de un cielo abrasador.

Pues ahí está el caso dijo Abu-el-Casín ; es que estas respetables gentes no caen en la cuenta de que el encargado en la ejecución de los mandatos del Príncipe de los creyentes y de las indicaciones sapientísimas del gracioso habitador de la ratonera de la Alcazaba es vuestro siervo, el agradable Abu-el-Casín, capitán de la guardia africana.

Oyó Benina con interés y piedad este relato, que aquí se da, para no cansar, reducido a mínimas proporciones; y como era mujer de buen sentido, no incurrió en la ligereza de engreírse con aquella pasión africana, ni tampoco hizo chacota de ella, como natural parecía, considerando su edad y las condiciones físicas del desdichado ciego.

Las mujeres le cogían el faldellín de terciopelo para admirar de cerca los bordados: clavos, martillos, espinas, todos los atributos de la Pasión. Sus botas parecían temblar a cada paso con el brillo de los espejuelos y la pedrería falsa que las cubrían. Bajo las plumas del casco, que aún hacían más obscura su tez africana, destacábanse las patillas grises del gitano.

El secretario estaba en ascuas, y lo estuvo más cuando notó que los cuellos del solariego y su cara avinatada llamaban la atención de muchas personas. El mayorazgo, afortunadamente, no lo conocía, pues descansaba en la persuasión de que «en Madrid todo pasa». Al retirarse, al anochecer, y bajo una temperatura africana, don Silvestre se achicharraba, y quiso refrescar. Entraron en un café.

Pero mamá dijo Amparo , si esto que cantaba es el Aria de las joyas. Muy bonita.... Pues fuera el aria. Canta algo más alegre. Eso de El dúo de la Africana, que gustó tanto en casa de «las magistradas». Bueno exclamó Concha con rudeza . Ahora El dúo. Una cosa que están cansados de tocar todos los organillos. Pues señora, eso. Tu tío no va al teatro, y tendrá gusto en oírlo.