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El interior de su antigua vivienda estaba ahora ocupado por las tropas. El coloso permanecía á la intemperie día y noche, pues así sus guardianes aéreos podían hacerle sentir más pronto sus mandatos. Un antiguo discípulo de Flimnap, que hablaba incorrectamente y con balbuceos el idioma del gigante, era ahora su traductor.

Así la razon no es señora sino esclava; en vez de dirigir, moderar y corregir con sus consejos y mandatos las inclinaciones del corazon, se ve reducida á vil instrumento de ellas; y obligada á emplear todos los recursos de su sagacidad para proporcionarles goces que las satisfagan. Sabiduría de la religion cristiana en la direccion de la conducta.

La Virgen dice que sería la más feliz de las mujeres, si pudiese servir, como la más ínfima de las esclavas, á la madre del Salvador tan deseado. Viene entonces el Arcángel Gabriel á decirle que ella ha sido la elegida, y la Virgen, con humildad y gratitud, se somete á los mandatos del Altísimo.

La descripción que se hace de la conducta del demonio, por una parte, predicando el amor de Dios y haciendo milagros para terminar cuanto antes la misión fatal que se le ha ordenado; las frases obscuras é incomprensibles, con que expresa su repugnancia á llenarla, y el éxito extraordinario de sus obras, contrarias á su propio interés; los medios de que se vale para mitigar algún tanto su dolor, atormentando á los demás monjes, y asustándolos con sus apariciones repentinas cuando creen que está más lejos de ellos; y por último, su regreso á los infiernos después de ejecutar en todo los mandatos divinos, todo esto, repetimos, es de una gracia y de un ingenio incomparable.

¡Ya se encargará el castigo de probarnos que no era bueno desobedecer los mandatos del Gobierno! Excuso decir que hasta sin despedirnos del dueño de casa abandonamos el viejo rancho bamboleante, rodeados por la partida y montados de dos en dos en mancarrones inservibles a cuyas piernas hubiese sido una locura confiarles una esperanza de salvación.

El permiso fué otorgado; la marinería encendió teas resinosas, proveyéndose antes unos de bombones de caña y otros de chiretas de coco, colocando en aquellos y en estas aceite y morisqueta, que habían de dejar como ofrenda dentro de la cueva, habiendo hecho previamente una protesta á la luz de las teas, reducida á implorar al espíritu de la muerte y hacer constar que si ellos llegaban hasta su mansión, era contra su voluntad, obedeciendo los mandatos del Castila.

Obediente, sumisa a la voz de sus padres, jamás se oponía a sus mandatos, como suelen hacerlo las señoritas de las clases elevadas, que gustan de ser caprichosas y se complacen en ser mimadas por los suyos. La vida de Gabriela estaba consagrada a sus padres. Obsequiarlos, tenerlos alegres y contentos era su único deseo, y de seguro que nunca dejó de agradarlos.

Despues se escusaba de no poderse poner en camino por su poca salud, y hallarse próximo á la muerte; y le añadia, que renovaba todos los mandatos anteriores, y que imponia á los PP. todos los preceptos que podia: aunque sabia que todo habia de ser vano, como que ni él ni ellos tuviesen dominio sobre tantas y tan libres y tan varias voluntades de los indios: y que si en su voluntad de tal suerte estuviesen incluidas las de los indios, como en la de Adam, las de sus descendientes, ó á lo menos como la de los PP. Misioneros, por medio de la santa obediencia, no dudaria del efecto: mas siendo así, que no esperaba cosa alguna, que el Marques con su agudo juicio le sugiera modo con que esto con mas eficacia pueda ejecutarse, ó que obligue al Sr.

Un enamorado de estos de la turba multa, digámoslo así, de pensamientos levantados y cristianos procederes, al oír a su dama llorar cuitas como las que me has confiado, y al pedirle ella el consejo que me has pedido, tocaría el cielo con las manos; la negaría hasta el derecho de dudar en tal conflicto, porque entre la exigencia del tirano y los mandatos del amor, nunca vacilan los que bien aman, y acabaría la escena por decidirse ella a arrostrar el hambre, las mazmorras y aun la muerte, antes que consentir en ser de otro, y por jurarla él, viéndola tan firme y tan constante, que con los dientes sabría arrancar los clavos mismos de las puertas que la encerraran.

Esa fuerza de voluntad, sostenida y dirigida por la fuerza de una idea, tiene algo de misterioso que parece revestir al hombre de un carácter superior y le da derecho al mando de sus semejantes: inspira una confianza sin límites, una obediencia ciega á todos los mandatos del héroe.